Viajar en el metro, una experiencía inolvidable.

Hoy en día, transportarse en el metro es una de las cosas más comunes para los que habitamos la ciudad de México (y que no tenemos auto, claro está). Sin embargo, viajar en él es toda una experiencía. Cuando funciona como es debido, es el medio de transporte más rápido y eficiente que tenemos y hasta valoras lo hecho por el priísmo (¡imaginense!), pero cuando no... maldecimos a todos los gobiernos, sean priístas, perredistas y panistas habidos y por haber.

Hay líneas donde debido a la poca afluencia los trenes pasan con cuatro o cinco minutos de diferencia, y estas son:
La línea 4 (azul agua) que corre de Martín Carrera a Santa Anita y que debió de haber llegado a Miramontes. La línea 5 (amarilla) que va de Politécnico a Pantitlán. La línea 6 (roja) que transita de Rosario a Martín Carrera abarcando gran parte del norte de la ciudad. La línea 7 (naranja) que se desplaza de Barranca del Muerto a Rosario, donde el proyecto inicial era que llegará hasta contreras, subiendo por el eje 10 para después tomar periférico hasta Luis Cabrera y llegando hasta lo que se conoce como “el tanque”, pero que debido a presiones de los habitantes de San Ángel no se concluyó como estaba proyectada. La línea 9 (café) que cruza la ciudad de Tacubaya a Pantitlán y que la mayor parte del tiempo va llena.
Las líneas 1 (rosa), 2 (azul), 3 (verde), 8 (verde fuerte), A y B son las más personas transportan y donde los trenes deberían de pasar cada 2 minutos, pero no es así. Debido a tanta gente, los trenes van con sobrecupo haciendo más lento el servicio y provocando una reacción en cadena. Un día alguien me dijo que deberían de controlar la entrada de pasajeros a los vagones y así no se detendrían tanto los trenes y de esta forma eficientar el servicio. Buena sugerencia pero poco plausible.

¿Pero qué hace tan inolvidable viajar en él? Primero que nada subirse al tren, sobretodo en hora pico (aunque ahora todo el tiempo es “hora pico” en esta ciudad). Sí, uno debe de ser contorsionista, o por lo menos intentarlo, si queremos pasar más allá de los primero diez centímetros y esto porque toda la gente tiene la mala costumbre de, vaya a donde vaya, agolparse en la puerta no dejando entrar ni salir. Además nunca falta el de la mochilota que es primero que está cuando uno entra y el que más estorba. Si el ser contorsionista no sirve, la teoría darwiniana de “la supervivencia del más apto” tiene que ser aplicada, claro, ayudada por el buen uso de los codos y algunos por el lenguaje. Cuando uno logra semejante hazaña, se da cuenta de que los pasillos tienen espacio suficiente para estar en ellos y, si nos va bien, encontrar lugar.

Pero las vicisitudes no terminan allí. Ahora entran viene los “vagoneros”, esos seres que ofrecen todo tipo de productos: chicles, pastillas refrescantes y con propolio; revistas con crucigramas, las tablas de multiplicar, sudoku, etc.; vídeos de todo tipo, “llavero para las llaves”, “marcador para marcar”; los que se suben a cantar, recitar un poema, los que se visten de payasos y no saber si admirarlos por su valentía para contar chistes tan extremadamente malos o sentir lástima por ver lo que hay que hacer para comer, los que necesitan juntar dos mil pesos para sacar a su hijo ese día del Hospital General o Centro Médico, o el que cuenta su historia de que acaba de salir del reclusorio oriente (¿acaso es el único que hay en esta ciudad?) por robar, y algunos dicen que por matar, y al ver que nadie le da trabajo recurre a pedirnos dinero, que prefiere hacer eso que asaltarnos (¡ahora resulta qué debemos de agradecerle su benevolencia! ¿acaso no es una amenaza velada y un asalto psicológico?).

Pero los que verdaderamente molestan son los que venden cds, sea en formato normal o mp3. “Va calado, va garantizado” (¿quién lo garantiza?, como diría un buen amigo), dicen con fuerte voz y con un mismo tono que hace casi imposible creer que son personas diferentes. Lo que digan no importa, si no lo que hacen: poner su música a todo volumen, provocando que uno anhele que se vayan lo más pronto posible, no dudo que superen los 120 decibeles. Los ciegos que venden los cds también los ponen a todo volumen, como no nos ven supongo que piensan que estamos sordos.
No tengo nada en contra de que vendan, es razonable y válido, más en tiempos de crisis, sino en que ofrezcan su producto tan estruendosamente y no permitiendo que uno hable si va acompañado, siga leyendo o cualquier otra cosa. Además aparecen uno tras otro, como si se pusieran de acuerdo para no dejarnos descansar ni un momento.

Cuando por fin salimos del metro, no sé que agradecemos más, si estar cerca de nuestro destino o terminar con el martirio de los “vagoneros”, eso sin contar los humores de los pasajeros...

Así es, viajar en el metro es toda una experiencia inolvidable…que muchos repetimos todos los días o muy frecuentemente.

Comentarios

  1. tienes toda la razòn amigo aunque faltò tocar algùnos temas màs frecuentes (suponiendo de antemano que sabes a que me refiero)

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  2. ¡Me encantó! Con todo y lo que señalas (que son puras verdades) hay países desarrollados en los que los convoyes pasan hasta cada 15 o 20 minutos... De hecho, los fresitas que han viajado a Inglaterra o a Estados Unidos siempre regresan hablando maravillas de sus trenes o sistemas metropolitanos sin darse cuenta que el de la Ciudad de México es con mucho un sistema que se lleva de calle a varios del primer mundo.

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"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
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