El apéndice

Ese lunes amanecí algo desvelado debido que uno de mis mejores amigos se quedó en mi casa y nos quedamos platicando hasta las 3 de la mañana. Con algo de sueño, aunque no tanto como pensé, fui a trabajar e hice mis actividades normales. Cerca de las seis de la tarde comencé a sentir un dolor en mi abdomen bajo, pensé que era una infección por algo que comí en la tarde y hasta le comenté a una compañera de trabajo que me dolía la “panza”, y me contestó que fuera al médico, aunque sea a los de similares. Le dije que en mi casa tenía unas pastillas para la infección estomacal y con eso se me quitaba. No sé qué cara me vio que me dijo que si me sentía mal le avisara, después nos despedimos. El dolor me seguía, tanto que tomé un taxi a casa para tomarme rápido la pastilla y poder cenar a gusto, pero seguía y seguía.

Ya en casa tomé las pastillas pero el dolor no cejaba, tanto que terminé por ir al médico que está en la cuadra dónde vivo. El doctor me hizo las preguntas de rutina: ¿Cuándo te comenzó el dolor? ¿Por dónde lo sientes? ¿Comiste algo que te cayó mal? Si es eso, ¿qué fue? Le dije que hacía rato, dónde se localizaba y que había comido unos frijoles que sentía me habían caído mal, me revisó y me dijo que posiblemente era una infección, aunque no descartaba que fuera el apéndice. Dicho lo último me preocupe algo porque no sé por qué razón había pensado semanas antes que me podría doler el apéndice. Me inyectó y me dio unos antibióticos, esperando que con eso se solucionará, pero que de cualquier forma si me sentía mal fuera al hospital de Xoco.

Me tomé las pastillas y acepté la inyección esperanzado con que era una infección estomacal y con ello sanaría y todo estaría bien. Las medicinas sólo aminoraron el dolor y me hicieron vomitar, cosa que pensé sería benéfica para aliviarme, pero después de recibir la visita de un muy buen amigo el dolor se recrudeció tanto que cuando me revisé vi que el lado derecho de mi abdomen bajo esta hinchado, definitivamente eso no era una infección estomacal. A las 2 de la mañana le marqué a dos de mis hermanos para decirles como me sentía. Debido a lo inusual de la hora para llamar y por el hecho de vivir solo, me contestaron con rapidez, tanto que uno de ellos fue por mí y me llevó al hospital, pero en el inter de que llegaba comencé a vomitar bilis porque ya no tenía nada en el estomago.

Llegando al hospital a las tres y media de la madrugada comenzaron las peripecias, por no decir mi martirio. Primero que nada urgencias estaba tan lleno que los mismos médicos de guardia decían que parecía viernes o sábado, así que después de una revisión rápida del doctor, me tocó quedarme en una silla de plástico. Lo recuerdo y la misma sensación de dolor, impotencia y desolación siento. Desde personas que sólo habían tenido un pequeño accidente hasta una señora de cerca de los setenta años quien su hija fue a botar (no puedo usar otra palabra) allí porque del hospital psiquiátrico la llamaron para decirle que se había salido y que era necesario que fuera por ella; la señora lloraba amargamente y se llegó a orinar varias veces durante la noche sin moverse de su lugar. Vi como a un señor le daban convulsiones y el médico pidió con calma a la enfermera las cosas para que no se pusiera peor, pero no sé que sea peor, si las enfermedades o la costumbre casi insensible de los doctores al sufrimiento y dolor ajenos.

Me pusieron suero que tenía una medicina, que no me quitó el dolor, las mismas punzadas seguían, parecía que nada me las quitaría ni que nadie me atendería. Pasadas dos horas, el sueño, esa anestesia natural implacable, me vencía y me quedaba dormido en la silla. Desperté cuando un médico me preguntó cómo me llamaba y preguntaron mis datos generales, aun entre sueños contesté, dándome cuenta que ya eran las siete de la mañana porque todos los médicos habían llegado y había mucho movimiento. Luego de minutos que para mí fueron eternos me revisó una enfermera y me tomó la presión, me sacaron sangre, una muestra orina y se fue. Tardaron por lo menos dos horas para que alguien fuera a verme, la señora que tenía al lado lloraba porque ella se sentía bien pero no dejaban que se fuera a su casa, otro señor se quejaba que no le daban al diagnostico y yo seguía con mi dolor. El tiempo que pase sin ser atendido estuve dormitando, el sueño me vencía con facilidad. Cerca de las once de la mañana una doctora junto con un pasante me llamaron para que entrara a un consultorio, allí me dijeron que me recostara y, ya con un expediente, me revisaron. La doctora usó un término que no recuerdo que hizo que el pasante se pusiera un guante en la mano derecha y con una evidente inseguridad la vio, recibiendo un “revisa” como respuesta, pero algo hizo que dudara la doctora y me revisó lo que me dolía, el abdomen.

Me pegó de mi lado izquierdo y le dije que me dolía en el derecho, ya sin dudarlo dijo que era el apéndice, entrando otro médico, revisándome igual y llegando a la misma conclusión. Me dijeron que me operarían ese mismo día, que no me preocupara porque era una operación de cierta rutina. Hablé con ellos para explicarles mi negativa a recibir cierto tratamiento médico y me dijeron que no había problema, saliendo con tranquilidad del consultorio, pero con el dolor que no bajaba, me resigné a esperar y esperar y esperar. A las dos de la tarde me pusieron esa bata que no cubre absolutamente nada y que uno ni se puede amarrar para esperar sentado, con suero y con frio, a que me llevaran a quirófano, cosa que hicieron hasta las tres y media de la tarde, mientras yo seguía dormitando y sin probar alimento ni agua, cosa que dicho sea de paso no me preocupaba mucho, primero porque necesitaba estar en ayunas para la operación y segundo porque lo que más quería en ese momento era que quitaran ese dolor intenso.

Me llevaron a quirófano, donde me pusieron mal la raquea y tuve una pequeña hemorragia, poniéndomela de nuevo. Durante la operación sentía, sin dolor, como movían mi cuerpo, pero el sueño me seguía venciendo y me dormí gran parte de la operación. Salí a las seis de la tarde de ese martes y de inmediato me pasaron a recuperación, donde estuve hasta las doce y quince de la noche del miércoles. Subiéndome a piso me sentí más tranquilo pero tenía todavía la angustia de que a mi familia no le hubieran dicho cómo salí de la operación.
A las seis de la mañana del miércoles sentí como me quitaron el suero que tenía para ponerme otro y una medicina. La sala donde estaba constaba de seis camas, estando yo en la de en medio entrando del lado izquierdo. A las nueve de la mañana llegó la revisión del médico general, los cirujanos, los pasantes y residentes, donde me dijeron que me parara a caminar y bañarme, esto último con bastante dificultad, primero porque no tenía toalla ni jabón ni zacate, segundo por lo estorboso del suero y tercero porque sólo había una regadera con puerta, que era la que esperé. Después de haberme bañado y caminado, comencé a convivir con los otros cinco hospitalizados.

De mi lado derecho estaba un joven de veinte años a quién “picaron” en los intestinos, de hecho le cortaron medio metro de uno de ellos y era la segunda vez que estaba hospitalizado. Todo había sido por una joven de dieciséis años con quien tenía un hijo a quien, por cierto, no podía ver con la frecuencia que quería porque la familia de ella se lo impedía, el niño se llama Santiago.

Viendo de frente pero de mi lado izquierdo, estaba un señor que tenía diabetes y por una herida estaba en el hospital, pero lamentablemente por la misma enfermedad no cicatrizaba bien y estaba acostado, pero tanto tiempo así provocó que le salieran llagas en las piernas, con dolores insoportables. El miércoles lo fue a ver su hermano (que sólo iba de vez en cuando) y fue con un notario para hacerle su testamento, observé con mucha tristeza como hicieron que firmara documentos en blanco, dejándole casi todo a él, olvidando a sus hijos. Su hija lo iba a ver diario. El jueves por la noche se quejó mucho, de hecho no nos dejó dormir bien. Los médicos y enfermeras iban y venían y para la mañana estaba prácticamente sedado y con un tubo en la boca, vi como se lo pusieron…fue verdaderamente desalentador, todos sabíamos que algo no andaba bien, tanto que fue una persona de una asociación de tanatología religiosa a hablar con él. Por la tarde su hija sabía que moriría, estuvo llorando, mientras que el hermano del señor daba la impresión de sólo querer esperar a que se muriera para quedarse con todo, no tenía ni una sola muestra de dolor. Para las diez y media de la noche de ese viernes, el aparato que nos dejaba oír su pulso cesó. Fue triste ver su cama vacía al día siguiente.

Frente a mi estaba un hombre de mediana edad a quien habían asaltado, o por lo menos eso dijo, afuera del metro Ermita cerca de la una de la mañana. Lo habían atacado con armas punzocortantes en el estomago y el pecho, había llegado a el miércoles en la madrugada. Se cosieron las heridas pero sin anestesia y esto porque había bebido y no lo podían hacer. El miércoles fue la policía a tomarle declaración pero falseó las cosas, a nosotros nos dijo que conocía a uno de ellos y al policía le dijo que sólo a uno le reconocía de vista. Cuando fue el ministerio público mantuvo esa versión y cuando le llevaron a los que habían detenido dijo no reconocer a ninguno, salió por su propio pie el viernes en la tarde. Nos contó que estuvo 4 meses en el Reclusorio Oriente por robo de auto, pero como le había echado la culpa con el que había chocado, sólo lo habían acusado de un delito menor y al no tener antecedentes penales lo liberaron rápido, pero estuvo yendo a firmar durante más de cuatro años.

Frente pero del lado derecho, estaba el señor Jorge. Cuando lo vi la primera vez me pregunté por qué estaba tan extremadamente flaco, tanto que de las costillas hacía abajo sólo se le veía un hueco en donde debería de estar la panza o lo que se le asemejara. Además siempre tenía hambre y a todo mundo le pedía comida y agua, fueran médicos, enfermeras, el del aseo, el que llevaba la comida o las visitas, además de hacerse del baño a cada rato con los consiguientes regaños de las enfermeras. La razón era sencilla: lo habían “picado” en el estomago hacía meses y le prohibieron tomar agua, pero desobedeció y nunca se le cerró la herida, así que no retenía nada, todo lo que comía o bebía lo sacaba casi inmediatamente, llevaba allí desde el año pasado. Una muerte muy lenta.

A mi lado izquierdo estaba un joven de veintisiete años a quien llamaré “Juan”, recluso del penal de Santa Martha Acatitla y purgando una condena de diez años por “privación ilegal de la libertad” de la cual llevaba ya siete, y esperaba acogerse a un programa de salida anticipada. Había estado yendo a cursos dentro del penal, trabaja en él y decía tener buen comportamiento. Estaba en el hospital porque tuvo peritonitis y había sido operado con éxito, pero se le infectó y tenía cerca de quince días allí y no parecía para cuando salir, tenía dos custodios vigilándolo en turnos de veinticuatro por veinticuatro (de hecho todos los reclusos tenían la misma cantidad. Llegué a contar hasta diez custodios en mi piso) y demás está decir que todos se dormían por la noche. “Juan” entró al penal a los veinte años por, como ya dije, “privación ilegal de la libertad”, y decía se “salvó” de que no lo hayan acusado de secuestro. Me contó la forma como lo atraparon. Habían robado un auto junto con su conductor sobre Marina Nacional, pero ya sobre Ejército Nacional una patrulla los vio y se le hizo sospechoso ver a cuatro jóvenes y un adulto en medio del auto. El me dijo que se escapó de la policía pero que por “regresarse hacerle la valona a un valedor” lo detuvieron.
Desde dentro de la cárcel se dedica a extorsionar por teléfono, ahorita están con números de Ciudad Juárez y se presentan como el “Lazca”, o sea el Z-1. Después le dicen al que conteste, que casi siempre son a mujeres, que ya saben donde viven, donde trabaja su familia, donde van sus hijos y que si no dan dinero les “pasara algo a ellos”. La mayoría de las veces si están dispuestos a dar dinero, de hecho me dijo que se gana cerca de veinte mil pesos a la semana libres, ya después de darle su cuota a los del penal y a su “padrino”, que es quién lo cuida en la cárcel. Me llegó a decir que allí dentro a “picado” a gente y hasta matado…esto último no se qué tan cierto sea, pero en cierta forma se regodea de ello, aunque claro, con los médicos no se veía tan duro, desconozco si porque su salud estaba envuelta o por otra cosa. Un custodio me dijo que él sentía que no quería regresar a la cárcel y que se dañaba a propósito. No lo sé, pero de que está mejor en el hospital que en la cárcel, sin duda alguna.

Yo probé alimento hasta el jueves en la tarde, y fue agua de jamaica y gelatina y hasta el viernes en la noche comí sólido. Todo el martes y el miércoles estuve con el suero y sin probar ni agua, pero la verdad me hidrató muy bien el suero, de verdad una maravilla. Lo único malo fue que por error de las enfermeras se me “infiltraba”, o sea, se me iba para otro lado el suero, y nada más de acordarme de las inyecciones en mi mano derecha y brazo izquierdo, me duelen de nuevo.

Mi recuperación fue pronta y salí al siguiente sábado sintiendo una gran alegría, tanta que hasta valoré el ver el sol, respirar y sentir el aire, escuchar el ruido de la ciudad, pero no dejé de pensar en todo lo que vi allí dentro: sufrimiento, dolor, desesperanza, apatía, desaires de los médicos y muchas más cosas. Es una experiencia muy traumática que espero no volver a repetir.

Comentarios

  1. Esté tipo de historias son por las que uno odia los hospitales, porque más que aliviar hacen todo lo contrario, principalmente en la moral.
    Lo bueno es que tu apéndice no fue otra cosa.
    Saludos.

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¿Por qué existe El Gueto...?

Quienes cuentan la Historia siempre la han polarizado en buenos y malos, olvidando explicar por qué y cómo sucedieron los hechos, sacándolos de contexto y dando ninguna importancia a las razones que llevaron (u obligaron) a los personajes a actuar de cierta manera. El deseo de "El Gueto..." es presentar lo que se ha dejado de lado: los por qué, los cómo y las razones de la manera más objetiva posible para que TÚ saques tus propias conclusiones, y lo más importante: que TODOS entendamos cómo nos afectan.

Frases historicas

"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
Palabras que pronunció Agustín de Iturbide al entregarle las llaves de la capital que le habían sido dadas por el alcalde de la Ciudad, don José Ignacio Ormaechea, a su entrada a la capital de la Nueva España comandando a 16,000 hombres el jueves 27 de septiembre de 1821.