"¡Deus Volt!" (Dios lo quiere). La primera cruzada.




En el año 1071, un ejército cristiano perdió un enfrentamiento contra tropas musulmanas, que pasó a la historia como la colosal Batalla de Manzikert, en el este de Anatolia, hoy Turquía. Esta derrota rompió el equilibrio entre los cristianos y los musulmanes porque Nicea estaba a tiro de piedra de Constantinopla, la capital del imperio Bizantino. Dos dinastías, la selyúcida y fatimí se expandían en el Oriente Próximo, lo cual representaba una amenaza para los cristianos, y en especial al Imperio Bizantino. ¿Qué tendría que hacer Bizancio para contrarrestar a los musulmanes? Pedir ayuda a los católicos, en especial al Papa Urbano II. No importaba la escisión de 1054 cuando el Imperio Bizantino rompió con Roma y creó a los ortodoxos.


Urbano II aceptó de buena gana esa ayuda porque pensaba que esto le permitiría tener influencia en los ortodoxos, además de que reforzaría a la Iglesia de Roma y consolidaría la hegemonía católica. ¿Cómo lanzarse en auxilio de Bizancio? La excusa vendría de Jerusalén. Según los relatos, un grupo de honrados peregrinos cristianos había sido sometido a “insoportables martirios por parte de infieles musulmanes” en esa ciudad. Viendo esto, el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont, el 27 de noviembre de 1095, concluyó que era el momento adecuado para convocar a una “peregrinación armada” a Jerusalén y recuperarla.

Sus palabras fueron claras: “Circuncidan a los cristianos y la sangre de la circuncisión es rociada sobre el altar o las pilas bautismales. Les gusta matar a otros abriéndoles el abdomen, sacándoles una extremidad del intestino que luego atan a un poste. A golpes los persiguen alrededor del poste hasta que se les salen las vísceras y caen muertos en el suelo. Debierais sentiros conmovidos por el hecho de que el Santo Sepulcro de nuestro Salvador se encuentre en manos de ese pueblo impuro, que con su inmundicia mancha nuestros lugares santos de manera desvergonzada y sacrílega".
Se iniciaba así la Primera Cruzada de la historia.

Comienza la aventura

¿A qué situación se enfrentaban los cristianos que hacían sus peregrinaciones? Jerusalén, la ciudad santa, estaba en dominio musulmán desde 637, que aun así permitía peregrinaciones de cristianos, en mayor o menor grado dependiendo de la situación política, siempre y cuando pagaran el respectivo peaje, y esto les era algo insoportable, además de que se destruían santuarios (como la iglesia del Santo Sepulcro), imágenes religiosas y monumentos. Solucionar esa situación fue el objetivo de la primera cruzada. Haciendo eco de las palabras de Urbano II, Pedro el Ermitaño, un presunto iluminado, inició el lunes 20 de abril de 1096 viaje a Tierra Santa. Con discursos apocalípticos e incendiarios, logró juntar en suelo francés y germánico a unos veinte mil cruzados (algunos dicen que doce mil), que básicamente eran campesinos que no tenían anda que perder, muchos de ellos que no tenían ni para comer, además de artesanos y nobles medianos. Su ineptitud para la guerra era un hecho, y cometieron cualquier cantidad de matanzas y rapiñas en su camino a Jerusalén, siendo los más afectados los judíos renanos o danubianos quienes fueron víctimas del fanatismo, la ignorancia y el hambre de la muchedumbre. Este ejercito mal armado y peor entrenado en cuanto se enfrentó a soldados profesionales en Nicea fue aplastado contundentemente. Pero una parte de ellos se engrosó a los cruzados oficiales para terminar su aventura y asegurar comida.

Pero, ¿Qué motivaba a las personas a irse en una aventura de este tipo? Lo que evocaba Jerusalén. Si, esa ciudad recordaba pasajes de los evangelios y los fundacionales de la Iglesia católica, y era el nexo entre el cielo y la tierra. También muchos entendían como literales la referencia que se daba de ella en el libro de Revelación, o Apocalipsis, donde se muestra una ciudad de incomparable belleza, llena de hermosas piedras y oro, y con tan sólo pronunciarla provocaba que las personas echaran a volar su imaginación y quisieran estar allí. Aunado a que Urbano II reforzó la moral de los guerreros cristianos absolviéndolos de todos los pecados cometidos y por cometer sobre la Tierra. Este pensamiento fue lo que también permeó las mentes de los cruzados oficiales, entre quienes había muchos nobles. Sin embargo, por irónico que parezca, ni fueron tantos de “sangre real” a la primera cruzada, muchos tenían alcurnia pero no nada más. Pocos fueron los de “sangre real” como, por ejemplo, Hugo Vermadois, hermano menor de Felipe I de Francia, quien terminó desertando durante la campaña. También fue el duque de Roberto de Normandía, primer hijo de Guillermo el Conquistador. Sólo fue hasta la conquista de Jerusalén que los soberanos se presentaron en persona.

La cruzada oficial o de los príncipes, como también era conocida, estaba compuesta de aproximadamente 30,000 hombres y que estaban divididos en cuatro contingentes, siendo el más numeroso el comandado por el obispo de Ademaro de Puy y el conde Raimundo IV de Toulouse, quienes lideraban la parte espiritual y militar respectivamente. Un segundo contingente comandaba Roberto de Normandía, su cuñado Esteban de Blois y su primo Roberto II de Flandes. El tercer contingente era conducido por Godofredo de Boullion y Balduino de Bolonge. El último contingente lo dirigía Bohemundo I de Tarento, hijo del duque de Apulia y jefe de los normandos establecidos en el sur de Italia.

La primera parada, Constantinopla

Cuando llegaron a ésta ciudad, los cruzados quedaron maravillados por el lujo y la grandeza de la ciudad, además de que el emperador bizantino Alejo I Comneno los recibió muy bien y los llenó de exquisitos regalos, que tenían el objetivo de inducir a los cruzados a que reconocieran como propios del Impero Bizantino los territorios que éstos perdieron ante los sarracenos (como se les denominó a los musulmanes) y que los cruzados reconquistaran durante su viaje a Jerusalén. Sin embargo, no se les permitió acampar dentro de la ciudad, y ello se debía a dos factores: primero que nada evitar que cometieran atrocidades en ella, y segundo, caer dentro de la órbita de control del Papa Urbano II. Al irse, Alejo les exigió que le juraran vasallaje, asegurando así el control de los territorios ocupados, cosa que terminaron aceptando por la necesidad de los suministros y las naves imperiales. Cuando salió el contingente los componían aproximadamente 7,000 caballeros y entre 50,000 y 60,000 infantes, además de una multitud de peregrinos.

Comienzan las batallas

Cruzado el Bósforo, se dirigieron a Nicea, a la cual sitiaron y conquistaron en algunas semanas, aun y cuando ésta tenía doscientas torres que la protegían. Saliendo de allí, un contingente que comandaba el señor turco de Nicea, Kilij Arslan, quién había estado ausente durante el asedio, les presentó batalla en el valle de Dorilea, desarrollándose la primera batalla frontal entre los francos (cruzados, sea cual haya sido su función) y los sarracenos (musulmanes), siendo estos los más numerosos. Los sarracenos tenían mayormente caballería ligera, que disparaba ráfagas continuas de flechas acercándose y alejándose, siendo una táctica diferente a la que habían visto los cruzados que, sin embargo, lograron contener por sus cotas de malla y la prematura retirada de los nómadas que apoyaban a Kilij Arslan. Ocasionando que perdieran la batalla.

El siguiente destino era Antioquía, ciudad muy clave porque era el último escollo para dirigirse sin problemas a la ciudad santa. Las tropas se dividieron en dos para aislarla, pero ni aun así cedía, y esto debido a que la ciudad constaba de cuatrocientas torres con largos tramos de murallas al río Orontes y su ciudadela interior estaba bien pertrechada y fortificada. Aunado a ello, aquí fue donde comenzaron las deserciones, iniciando con Hugo de Vermadois, Esteban de Blois y el comandante griego Tatikios. También faltaban vivieres, ocasionando casos de canibalismo, pero eso no fue lo peor, una plaga de tifus apareció en escena, matando a Ademaro de Puy y enfermando a Godofredo de Boullion y Raimundo de Toulouse. Después de varios intentos se logró entrar a la ciudad, pero en ese momento llegaron refuerzos sarracenos y ahora las cosas cambiaban, los asediadores ahora eran asediados.

La situación era muy compleja. La moral estaba por los suelos, así que las cosas no podían estar peor. Pero ocurrió algo que cambió las cosas. “Providencialmente” se desenterró en la basílica de San Pedro una lanza que se decía había sido con la traspasaron a Jesús estando ya colgado. Algo curioso fue que los cruzados “tenían” mala memoria, ya que en Constantinopla había otra lanza que tenía idéntico honor. Este hallazgo, que a muchos les despertó sospechas de ser cierto, llenó de confianza a los cruzados y, olvidándose de todas las complicaciones, ganaron la batalla clave.

La estrategia que diseñó Bohemundo I fue sumamente arriesgada. Consistía en abandonar Antioquía y enfrentarse a los enemigos que se encontraban fuera de la ciudad. Después se formaron en cuatro columnas que cuando salían, dejando atrás la ciudad, se giraban y se ponían en fila. Era una verdadera locura porque la maniobra requería de una gran velocidad y una disciplina extrema, aunado a que cualquier error significaría la derrota, cosa que no sucedió porque funcionó la estrategia. Así que después de ocho largos meses Antioquía caía. Bohemundo calificó la victoria como celestial y reclamó su derecho la ciudad, que se convirtió en la capital del segundo estado latino de Oriente, el Principado de Antioquía.
Después de aquí comenzaron a caer Tortosa, Trípoli y Astur, siendo ésta última donde dieron vuelta a Jerusalén. Los francos tenían la moral sumamente alta y estaban bien reforzados materialmente, además de que en Belén fueron recibidos con algarabía. Tres años después de su partida ahora sólo faltaba la ciudad santa, donde podrían conquistar el cielo y la gloria en la tierra.

La toma de Jerusalén

Cuando los francos llegaron, se encontraron con una ciudad de enormes murallas, fosos profundos, pozos envenenados y una guarnición fatimí bien entrenada y abastecida que, sin embargo, no podía controlar el enorme circuito defensivo de la ciudad. Pero las cosas no eran tan buenas del otro lado ya que las aproximadamente 21,000 tropas no eran suficientes para tomar rápidamente la ciudad. Se lanzaron al poco de llegar pero fueron rechazados, y de nuevo aquí se dividieron en dos, Godofredo de Boullion, Roberto de Normandía y Roberto II de Flandes se fueron al norte, dejando a Raimundo de Toulouse en el sur, iniciando el asedio. Lo menos que querían los francos era que les tomara el verano aun en asedio, y ello debido a lo incomoda que las armaduras serían en el tórrido verano palestino, además de contar con pocos alimentos y municiones. Pero ahora la ayuda vendría del mar. Unos navegantes ingleses y genoveses (que dirigía Guillermo Embriaco) y que parecían haber salido de la nada, suministraron proyectiles, escalas de asalto y dos inmensas torres de asalto, ahora tenían con qué tomar la ciudad, cosa que comenzaron a hacer el lunes 13 de julio de 1099.

Primero que nada apostaron las torres, una en el norte y la otra en el sur, donde todos, incluidos los peregrinos ayudaron a trasladarlas. Lo que hicieron fue rellenar los fosos con lo que fuera, piedras, desechos y hasta cadáveres para alisar el terreno, en medio de una tormenta de flechas, fuego liquido y fragmentos de almena (pequeños pilares de piedra que coronaban los muros de las antiguas fortalezas) que recibían de los sitiados. El respirar se dificultaba por el humo y los olores fétidos, además del calor. La escena era horrible: alaridos de dolor, plegarias, silbidos de saetas, órdenes a gritos e imprecaciones.

Para el día 15, por la mañana, la torre norte caía en manos cruzadas, abriendo un boquete por donde entraron las primeras tropas que al grito de “dios lo quiere”. Mientras, el lado sur, la guarnición fatimí aguantó con firmeza la embestida, aunque no por mucho tiempo, ya que vieron que las calles de la ciudad se estaban llenando de francos y se replegaron, encerrándose, en la torre de David, donde esperaron una hora para la capitulación. Fue ante el conde Toulouse ante quién se negoció la entrega de la ciudad y el pago del rescate por los capturados. Sin embargo, después de esto, sucedió uno de los actos más deplorables que la humanidad tenga recuerdo: la masacre de Jerusalen.

Los fanáticos cruzados entraron casa por casa matando a todos, hombres, mujeres y niños de la edad que fuesen y de la religión que fuese, no se respetó a nadie. Los judíos se llevaron la peor parte al haber apoyado a los sarracenos (irónicamente para evitar ser masacrados) y terminaron siendo degollados, apaleados, ahorcados o muertos de las formas más crueles. Un testigo ocular, Raimundo de Agiles, dijo lo siguiente:

“ Algunos enemigos, los más afortunados, habían sido decapitados; otros caían de las murallas asaeteados, y muchísimos más se abrasaban en las llamas. Por las calles y plazas de la ciudad se veían montones de cabezas, manos y pies cortados. Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista. Algunos de nosotros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla. Cuando no hubo más musulmanes que matar, los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la Iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de acción de gracias”.

Muy pocos habitantes sobrevivieron, se calcula que murieron 70,000 personas. No podemos decir que la matanza fue por una explosión de furor, ya que duró dos días y fue aprobada por todos los que la dirigían. Justificaron su violencia con la fe. A pesar de ello, muchos condenaron la acción, primero que nada por el hecho en sí, y después por haberse realizado en la ciudad santa, Jerusalén.
Después de lo sucedido, Godofredo de Boullion fue elegido soberano de la ciudad, pero éste declinó la corona y mejor aceptó el titulo de Protector del Santo Sepulcro, siendo éste más influyente ante los cristianos. Un año después, Balduino de Bolonge, era coronado monarca del recién nacido Reino Latino de Jerusalén, cuya existencia fue bastante precaria, pero lográndose el objetivo: Jerusalén era cristiana. De esta forma se daba por terminada la primera cruzada.

¿Qué resultados tuvo este gran operativo bélico? Primero que nada reconfiguró los equilibrios en Oriente y rompió de tajo con la hegemonía de los musulmanes. Además supuso una gran victoria para los cristianos, que al fin recuperaban la ciudad santa, reforzando así el papado, que vio en ella, y las que siguieron, la oportunidad de imponer su influencia en Europa y parte de Asia. Así mismo creo que una aristocracia guerrera que buscaba nuevas conquistas, así como mantener territorios que tenían un enclave estratégico bajo su control, y creó un nuevo concepto, el del guerrero religioso y el sentimiento de caballería.

Pero nos mostró algo más, como el fanatismo y la obsesión de poder pueden llegar a tanto.

Comentarios

  1. La fe mueve montañas, ahora sólo te faltan el resto de las cruzadas por comentar. Los esperaré con gusto. Saludos

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  2. Puff, cruzada por cruzada, labor titánica Oscar.

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  3. AL TREPAR POR LAS PAREDES LA SANGRE DE LA REYERTA, DEJARA LA PUERTA ABIERTA A LA POSTERIOR MATANZA QUE AL AMPARO DE LA FE AMBAS HUESTES ACOMETERAN POR CIERTO NO SERAN POCAS SOLO SIETE FALTAN

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¿Por qué existe El Gueto...?

Quienes cuentan la Historia siempre la han polarizado en buenos y malos, olvidando explicar por qué y cómo sucedieron los hechos, sacándolos de contexto y dando ninguna importancia a las razones que llevaron (u obligaron) a los personajes a actuar de cierta manera. El deseo de "El Gueto..." es presentar lo que se ha dejado de lado: los por qué, los cómo y las razones de la manera más objetiva posible para que TÚ saques tus propias conclusiones, y lo más importante: que TODOS entendamos cómo nos afectan.

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"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
Palabras que pronunció Agustín de Iturbide al entregarle las llaves de la capital que le habían sido dadas por el alcalde de la Ciudad, don José Ignacio Ormaechea, a su entrada a la capital de la Nueva España comandando a 16,000 hombres el jueves 27 de septiembre de 1821.