Anécdotas

La cortina de humo de Alcibíades
Este general ateniense fue nieto de Pericles y famosos por sus tácticas militares, sin embargo se podría decir que él inventó lo que hoy llamamos una “cortina de humo”. ¿De qué forma? Bien, en cierta ocasión compró a su nieto un perro, éste al día siguiente apareció con el rabo cortado, generando todo tipo de comentarios de reproche por ese acto. Sin inmutarse, Alcibíades dijo: “Precisamente era eso lo que yo buscaba. Mientras los atenienses critiquen que le he cortado el rabo al perro, me dejarán tranquilo y no se ocuparán en investigar sobre mi proceder político”.

Esperen tantito por favor…
Los catedráticos de la universidad de Oxford en cierta ocasión probaron a Oscar Wilde. Éstos estaban convencidos de su escasa preparación, esto debido a sus extravagancias, y por ello le hicieron un examen de griego, y en el transcurso del mismo lo hicieron traducir el capítulo 27 de Hechos de los Apóstoles que contiene términos náuticos de gran dificultad. Contrario a lo que esperaban, la traducción fue perfecta. Sin embargo, cuando se aprestaban a interrumpirlo para felicitarlo, este dijo: “Disculpen, no me interrumpan. Quisiera seguir leyendo para ver en que acaba todo esto”.

A preguntas directas, respuestas concretas
Federico el Grande, rey de Prusia (1712 -1786), era muy escéptico de los medicina. En cierta ocasión le preguntó a su médico Hans Zimmermann: “Decidme sinceramente, doctor: ¿de cuantos pacientes lleva su muerte en la conciencia?”. Respondió: “De unos trescientos mil menos que vos, majestad”.

Los placeres de Tiberio
El romano Emperador Tiberio (42 a.EC – 37 EC) en sus últimos años dio su vida al desenfreno pasional. La isla de Capri la quería convertir en un inmenso burdel, por ello decoró algunas dependencias con esculturas y pinturas eróticas. Instaló una serie de cortesanas que le acompañaron desde Roma y sphintrias, esto es, muchachos jóvenes que ejercían la prostitución. Si usáramos un lenguaje políticamente correcto, podríamos decir que Tiberio fue Emperador de ellas y ellos.


Creo que no era de su agrado
“Majestad, el cardenal ha entregado su alma a Dios”, le dicen al rey Luis XIV de la muerte de Mazarino. El monarca contestó: “¿Y está seguro de que Dios lo ha aceptado?”.

Por Muntaz Mahal
El Taj Mahal es el lugar por excelencia a visitar en la India, es famoso no sólo por su belleza sino por la legendaria historia de amor que hay detrás de el. Fue erigido entre 1630 y 1652 por el emperador mogul Shah Yahan para su esposa preferida Muntaz Mahal, quien murió al dar a luz a su decimocuarto hijo. El soberano no tuvo reparos en honrar su memoria y durante 22 años, veinte mil personas trabajaron en la obra; los materiales se transportaron desde Makrana, a 300 kilometros, en caravanas de más de cien mil elefantes. Sin embargo, este acto de amor le costó caro al emperador, no sólo económicamente, sino también porque fue acusado por su hijo Aurangzeb de sumir al Imperio en la ruina, siendo derrocado por éste mismo.

El ingenioso Lenin
En sus múltiples estancias en la cárcel, Lenin se comunicaba con sus compañeros de prisión mediante los libros de la biblioteca. Con una miga de pan moldeaba un tintero para después señalar con puntos las letras, de forma que el destinatario al unirlas pudiera leer el mensaje. Mientras hacia el tintero, si veía que venía un celador, se comía el pan y así eliminaba toda prueba.

¿Lo dijo ayer?
El maestro caminaba con uno de sus alumnos por un mercado y se admiraba de la gama de artículos que veía: perfumes, joyas, telas, cerámica y objetos de todo tipo se exhibían en los comercios. El maestro dijo: “Ciertamente, no sabía que existieran tantas cosas que no necesito para nada”. Sin duda alguna, si Sócrates caminara con su alumno hoy, dos mil años después, como lo hizo aquella vez en Atenas, diría lo mismo.

La ironía de Quevedo
En cierta ocasión un aprendiz de poeta se empeño en leerle un par de sonetos que acaba de componer a Francisco de Quevedo. Cuando terminó su lectura, quiso saber su opinión. Quevedo dijo: “El siguiente será mejor”. “¿Cómo puede saberlo si aún no lo ha leído?”, preguntó el aprendiz. “Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el acaba de leerme”.

¡Claro que me sorprendió!
Apenas se conoció que Camilo José Cela había ganado el premio Nobel, las llamadas telefónicas no cesaban. En una imprevista rueda de prensa un periodista le preguntó: “¿Le ha sorprendido ganar el Premio Nobel de literatura?”. Cela miró al joven y espetó: “Muchisimo. Sobre todo porque esperaba que me concedieran el de física”.

Su nombre lo dice todo
Mesalina se casó a los dieciséis años con el Emperador Claudio, era nieta de Augusto e hija de Lépida, parece que desde adolescente se había iniciado en los desenfrenos. Se dice que una vez retó a la más célebre cortesana de Roma para ver quien tenía más relaciones sexuales en 24 horas. No es necesario agregar que ella fue la que venció. Lo que no sabemos es por cuanto.

¿Cómo se llama?
Philippus Aureolus Theoprastus Bombastus von Hohenhelm. Si, éste hombre de nombre largo y raro, es conocido mundialmente como Paracelso, a quien la farmacología moderna le debe mucho. Además de su complejo nombre, su personalidad también lo era. Megalómano, vital y amante de los placeres, siempre que hacía una aplicación medicinal con alguna sustancia química creaba una puesta en escena espectacular. En cierta ocasión quemó en la plaza de Basilea los tratados de Galeno y Avicena, entre otros, para dar fe que se iniciaba una nueva era para la medicina.

Comentarios

¿Por qué existe El Gueto...?

Quienes cuentan la Historia siempre la han polarizado en buenos y malos, olvidando explicar por qué y cómo sucedieron los hechos, sacándolos de contexto y dando ninguna importancia a las razones que llevaron (u obligaron) a los personajes a actuar de cierta manera. El deseo de "El Gueto..." es presentar lo que se ha dejado de lado: los por qué, los cómo y las razones de la manera más objetiva posible para que TÚ saques tus propias conclusiones, y lo más importante: que TODOS entendamos cómo nos afectan.

Frases historicas

"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
Palabras que pronunció Agustín de Iturbide al entregarle las llaves de la capital que le habían sido dadas por el alcalde de la Ciudad, don José Ignacio Ormaechea, a su entrada a la capital de la Nueva España comandando a 16,000 hombres el jueves 27 de septiembre de 1821.