Desde cero (cuento)

Felipe se sentó en la banca del parque, ese al que de niño iba y que tantas aventuras guardaba en esos árboles enormes que él veía en su infancia. Había caminado sin rumbo fijo y terminó, tal vez por ese extraño imán que a veces uno tiene, donde pasó de los momentos más felices de su vida. La banca de madera lo acogió con gozo, tal vez porque se acordó de él, ya que era la única que no estaba húmeda después del aguacero que había caído horas antes. Vio a su alrededor, mucho había cambiado y a la vez nada. Ese piso de loseta rojo y de cuadros, que lo habían visto aprender a andar en patines, fue cambiado por uno adoquinado donde ya no se podía patinar. Ubicó los dos árboles en donde su papá ponía una cuerda que convertía esos dos árboles en una portería donde los espectaculares lances del niño eran cosa de cada domingo.

Mientras el olor a mojado todavía está en el ambiente, ve al niño Felipe correr lleno de gozo, con una sonrisa enorme, con grandes energías y que parecía de plástico porque nada le dolía, sin embargo algo le llamó la atención. Se acercaba una mujer muy grande, encorvada, con bastón y a quien la seguían muchos perros. La mujer se sentó con mucho trabajo en la banca de enfrente mientras los perros esperaban ansiosos a que les diera comida, cosa que hizo después de sacar unas bolsas con huesos. La vio detenidamente, era la misma señora que veía hacer lo mismo siendo niño, y recordó aquella vez que los perros que la seguían en ese entonces atacaron a una compañera de la escuela; no había duda, era la señora.

Recordó todo lo que su mente le permitía y se traslado a esos tiempos, cuando prácticamente se hacía un día de campo la ida al parque: la familia entera, incluyendo al perro, juntos para disfrutar de esos días, los refrescos, la comida, los amigos de sus hermanos mayores, los amigos de la escuela, los que haces ahí y Ángeles, la niña de su salón que vive exactamente enfrente del parque. Ahora su mente viaja a otro lado y piensa que habrá pasado con esa niña tan bonita, y recuerda como la vio subirse al transporte público años después, tristemente no la pudo saludar, fue la última vez que la vio, aun eran adolescentes.

Las risas de unos niños que corren lo regresan al presente, pero no sin antes pensar que de niño se imaginaba distinto a lo que es. Ahora es un adulto, trabaja, vive solo, sus dos padres fallecieron hace algún tiempo y hoy su realidad es otra; por ello salió y caminó, caminó, caminó hasta que regresó a lo que en un momento lo hacía feliz. Tal vez era necesario regresar a lo que un día fue para saber cómo quiere ser y a donde ir. Voltea al edificio donde vivía Ángeles y lo ve unos minutos, se levanta de la banca y observa como el sol salió de nuevo y un azul radiante tapiza el cielo. Se cruza la calle y se acerca a los interfones. “¿Seguirá viviendo aquí?”, se pregunta. Toca el timbre.

“Diga”, dice una voz femenina.
“¿Se encuentra Ángeles?”, pregunta.
“Aquí no vive ninguna Ángeles”, responde.

Tal vez sea el tiempo de iniciar desde cero.

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¿Por qué existe El Gueto...?

Quienes cuentan la Historia siempre la han polarizado en buenos y malos, olvidando explicar por qué y cómo sucedieron los hechos, sacándolos de contexto y dando ninguna importancia a las razones que llevaron (u obligaron) a los personajes a actuar de cierta manera. El deseo de "El Gueto..." es presentar lo que se ha dejado de lado: los por qué, los cómo y las razones de la manera más objetiva posible para que TÚ saques tus propias conclusiones, y lo más importante: que TODOS entendamos cómo nos afectan.

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"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
Palabras que pronunció Agustín de Iturbide al entregarle las llaves de la capital que le habían sido dadas por el alcalde de la Ciudad, don José Ignacio Ormaechea, a su entrada a la capital de la Nueva España comandando a 16,000 hombres el jueves 27 de septiembre de 1821.