“Ave Caesar, morituri te salutant”. Los gladiadores




 

Un sinfín de películas, libros, pinturas y escritos acerca de ellos han inundado la literatura no sólo actual si no de mucho tiempo atrás. Tan relevantes fueron en la historia que formaron parte de la misma estructura del poder imperial romano, siendo una base muy fuerte de cohesión con la población. Pese a su fama mundial, poco se les conoce realmente. ¿Cómo comenzó tal actividad? ¿En qué momento formó parte vital de la mayor potencia de la historia? ¿Cómo eran realmente los gladiadores?

Sus inicios
De origen etrusco y con fines religiosos, el antiguo pueblo del norte de Italia lo usaba para honrar a muertos ilustres y a guerreros caídos. Cuando era el funeral de un combatiente, o combatientes, se inmolaba a los enemigos sobre el o los  sepulcros; si era un hombre importante se tomaban a esclavos a batirse hasta perder la vida y se usaban los mismos armamentos que en las batallas.  La práctica era aparentemente una continuación de los sacrificios humanos ya que se combatía mientras el cuerpo se consumía en llamas. Las luchas entre gladiadores llegaron a  la República Romana con el mismo fin de inicio, siendo el primer registro de un combate de gladiadores en el siglo III a. EC en el funeral de Décimo Junio Bruto.

Con el tiempo, los combates perdieron su carácter religioso y se volvieron más violentos y, por ende, más populares en una República que se sumía en una espiral de violencia por sus conquistas y estaba ávida de emociones fuertes. Llegaron a tener tal aceptación entre la población que se registra que en el año 164 a EC, durante la representación de la obra Hecyra, el teatro fue abandonado porque a esa misma hora se estaban celebrando unas luchas de gladiadores.

Al ser de la agrado de la población se convirtieron en una forma como los políticos se ganaban la simpatía popular, siendo los patricios y los magistrados los organizadores de las peleas para así ganarse un puesto de elección. Durante ese tiempo se regularon los combates, se definieron las categorías, el valor de los contratos, los premios, la cantidad de combates y el número de luchadores. Las peleas fueron ganando aceptación el todo la República, aunque Grecia fue la excepción ya que nunca arraigaron, salvo en Corinto.
Fueron tantas las luchas de gladiadores para ganarse el puesto de elección que el año 63 a.EC, el Senado  tuvo que anular las elecciones de magistrados que hubieran patrocinado encuentros los dos años anteriores a su elección. Pero la práctica no se detuvo. Julio César en cierta ocasión organizó ostentosos combates en donde vistió a los gladiadores con armaduras de plata e hizo luchar a unas 300 parejas, con el único fin de satisfacer al populacho.


 Bajo el control Imperial

Durante el periodo imperial las luchas pasaron a un nivel distinto: el Estado se apropió de ellas y las usó con fines tanto de control sobre las masas como la ocasión ideal de mostrarse al Emperador, quien estrechaba lazos con sus súbditos (con toda la ostentación posible) y mostraba la magnanimidad del mismo, no sólo al perdonar o no la vida de un luchador, sino la de darle a la gente lo que tanto necesitaba sin gastar un en absolutamente nada y con la posibilidad de que ésta pudiera recibir uno de los cientos de panes que lanzaban a la multitud (de allí la famosa frase de Juvenal de “pan y circo”), y de esta forma aumentar su popularidad  y autoridad ante la misma. Los emperadores usaron las luchas de gladiadores como instrumentos de propaganda y de control para evitar cualquier levantamiento popular.

Fue durante el gobierno de Augusto que los combates de gladiadores crecieron al nivel que conocemos de ellos, ya que fue quien los oficializó y dictó una serie de leyes que obligaban que los magistrados a brindar una serie de luchas al menos una vez cada semestre; acrecentó el número de los combates así como su reglamentación. De hecho de él fue el primer auditorio exclusivo para la celebración de los combates. Llegó a organizar a lo largo de su vida  ocho grandes combates en los que participaron 10000 gladiadores. El emperador Trajano llegó a celebrar 117 días consecutivos de combates en los que participaron 10000 gladiadores, y en otra ocasión en sólo tres días participaron 2404 luchadores. Durante casi toda la época imperial los combates fueron ofrecidos por los emperadores, mientras que los cuestores y pretores sólo lo hacían dos veces al año.

El uso político de los combates con el objetivo de estrechar los lazos con sus súbditos lo encontramos en Nerón, quien en cierta ocasión llegó a bajar a la arena con flechas para cazar a los animales, mientras la multitud aplaudía emocionada. Claro que antes de bajar tomó todas las precauciones para que no sufriera daño. Pero el caso extremo de paroxismo lo encontramos en el emperador Cómodo. El hijo de Marco Aurelio participó en más de mil combates y llegó a tanto su gusto por los combates que prácticamente sólo se dedicaba a ejercitarse para ser gladiador sin importarle mucho lo que sucedía en sus dominios.

Pero salvo este caso tan singular, tanto los combates de gladiadores como las carreras de carros se convirtieron en una base pilar de la misma estructura del Imperio, mismo que no sólo los fomentó, sino también creó auditorios para que el pueblo pudiera disfrutar  de ellos, pero siendo muy limitados al principio.  Los primeros auditorios para los combates eran pistas ovales rodeadas de gradas. Ya para el primer siglo antes de nuestra era, el magistrado Gaio Escribonio Curión creó el primer anfiteatro específico para ellos. Estos eran dos hemiciclos móviles de madera que después de haber albergado obras dramáticas, giraban para formar una elipsis en cuya pista se celebraban los combates.

Pese a que la idea generó gran aceptación por la posibilidad de ver las luchas desde distintos ángulos, fue durante el mandato de Augusto, en el año 29 a.EC, que se construyó un edificio más sólido y parcialmente de piedra. Éste se incendió, pero Vespasiano optó por construir uno verdaderamente grandioso y de materiales y proporciones gigantescas. El proyecto fue inaugurado en el año 80 EC y se convirtió por mucho en el anfiteatro más grande de la antigüedad. ¿Su nombre? Anfiteatro Flavio, pero conocido mundialmente como El Coliseo.      

El Coliseo

Era una elipse  que medía 188 metros de largo, 156 de ancho  y 60 de alto; la arena medía 86 metros en su eje longitudinal y 54 en su transversal. Podía dar cabida a alrededor de 50 mil personas y estaba hecho de piedra travertina, hormigón reforzado con barra metálicas, ladrillo, cal, ceniza volcánica, barro, madera, revestimientos de mármol, rejas de metal, y en la pista, arena para la sangre. Las gradas estaban distribuidas en 4 niveles y 80 arcadas de acceso, lo cual permitía la evacuación en tan sólo cinco minutos. Las gradas además de estar numeradas tenían materiales distintos que distinguían la clase social allí sentada. Tenía una barrera de mármol pulido que impedía que las bestias se treparan sobre el. Además, de un nivel subterráneo que estaba formado por cinco galerías repletas de cámaras con rampas y montacargas para ascender a la arena.

La arena no sólo era desmontable y tenía rampas por donde accedían los luchadores y las bestias, sino que además tenía un sistema de grandes canalizadores de agua que permitía llenarla de tal líquido para efectuar allí las famosas naumaquias, combates navales. No sólo combatían humanos contra humanos, sino también bestias contra humanos y bestias contra bestias, aumentando la versatilidad de los combates.
Tenía un toldo gigantesco que estaba decorado con motivos mitológicos y que protegía del sol a la multitud, donde a veces desde allí se dejaban caer pétalos frescos y se hacía llover agua perfumada. Las fiestas por su apertura duraron 102 días y en ellas se sacrificaron 5000 animales. El record de duelos en el Coliseo lo ostenta el emperador Trajano, quien en el año 109 EC hizo combatir a 9824 hombres a lo largo de 117 días consecutivos.

Fue en este escenario donde se llegó al éxtasis máximo de la adrenalina que tuvo el pueblo romano. Su sed de sangre llegó al extremo de sacrificar hombres y animales sólo por placer. Lo más habitual era que fueran combates entre dos gladiadores (llegaron incluso a vendarles los ojos a los contendientes para darle más emoción);  también hubo ocasiones en que se desarrollaron verdaderos combates entre varios grupos de ellos; también se celebraban batallas navales verdaderamente espectaculares llamadas naumaquias.
Fue allí, en ese majestuoso escenario, donde  las multitudes se daban cita para ver a los verdaderos protagonistas y estrellas: los gladiadores.

El gladiador

De orígenes varios, los gladiadores podían ser  esclavos castigos por su amo, prisioneros de guerra o condenados a muerte, estos últimos si sobrevivían al combate de todas formas eran ejecutados. Otros eran hombres condenados a trabajos forzados de por vida que a cambio de ser cinco años gladiador podían recuperar su libertad, claro está, si sobrevivían. Los que eran forzados a ser gladiadores y sobrevivían, recibían una espada de madera llamada rudis, que simbolizaba su libertad y el retiro. Hubo casos en que hombres libres, llevados por las ansias de fama o dinero, probaban fortuna como gladiador. Llegaron a haber casos donde patricios fueron gladiadores (para vergüenza de sus familias), aunque tenían que hacerlo con el mayor sigilo posible porque tal labor de gladiador sólo era para esclavos.

He aquí una de las paradojas de los gladiadores. Llegaron a ser auténticos rockstar de su tiempo, gozaron de fama y dinero, pero su trabajo era tan alabado como despreciado por efectuarlo esclavos, demostrando la doble moral del Imperio romano.  Era una profesión repugnante y atrayente, admirada por su coraje y repudiada por la rudeza y bajeza. Hermes, Celadio y Triumphus fueron gladiadores sumamente populares, pero también muchos de ellos fueron marginados y tachados de miserables.

Los ingresos variaban dependiendo la calidad del gladiador. Los astros (meliores) podían recibir entre 3000 y 15000 sestercios, los gregarii percibían entre 1000 y 2000. Los bandidos eran de los más valorados porque se les conmutaba la pena de muerte por combatir, o los pobres, que también preferían luchar y recibir un ingreso medio a mendigar. Los menos apreciados eran los prisioneros de guerra y los esclavos, ya que no combatían con la misma fuerza que los otros dos grupos.
Los gladiadores estaban divididos en siete tipos:
Mirmillón. Éste peleaba con una espada larga y corta (gladius) y se defendía con un llamativo casco que representaba  aun pez marino, tenía también un escudo ovalado o uno rectangular grande, un brazal en el brazo armado y grebas cortas en una o las dos pantorrillas.  Posiblemente Espartaco perteneció a este tipo de gladiador. Sus contrincantes eran el retiario, el hoplómaco y el tracio.
 Retiario. Con hombrera izquierda, red para inmovilizar, tridente, o arpón, y puñal, simulaba a un pescador y era el único que no usaba casco.  A veces protegía su hombro izquierdo  con una hombrera metálica que se podía prolongar hasta la pierna. Sus contrincantes eran el mirmillón y el sector.
Secutor. Llevaba un casco sin salientes para que la red del rival resbalara. Contaba con un gran escudo rectangular u ovalado, muñequeras y coderas, así como grebas en las piernas. Atacaba con una espada mas larga que la gladius o a veces con un tridente o daga. Su oponente era el retiario.
Tracio. De casco cerrado con cresta y visera, espada curva (sica), escudo pequeño y grebas en ambas piernas, siempre contó con el apoyo popular. Sus rivales fueron el mirmillón y el retiario.
Hoplómaco. De escudo circular pequeño, lanza ligera que era acompañada con un puñal, casco cerrado con visera y protecciones en las piernas, era la adaptación de un hoplita griego. Peleaba con el Mirmillón y el tracio.
Samnita. Con escudo grande, casco brillante con penacho, torso desnudo, protección en el brazo derecho y pierna izquierda, peleaba con una espada recta. Sus contrincantes eran los de su misma clase.
Provocatores. Con casco militar, armadura en le pecho, escudo grande y protecciones en el brazo y pierna izquierdas, tenía un espada recta como arma.

Para el año 100 EC cambió la tipificación de los gladiadores, siendo los samnitas y galos los primeros en ser modificados, ya que imitaban en armas y táctica a los antiguos rivales de Roma. Los tracios y los hoplómacos fueron los rivales de los samnitas y galos, también inspirados en rivales del Roma, sobrevivieron ya en la época Imperial porque se buscaba más espectacularidad en los combates. Los samnitas y galos fueron sustituidos por el mirmillón, el retiario y el secutor.

Los gladiadores eran adiestrados en escuelas especialmente diseñadas para ello, estando las mejores escuelas en Capua. Un magister, director y entrenador de la escuela y juez en los enfrentamientos en el anfiteatro, los vigilaba atentamente mientras entrenaban con escudos de mimbre y una rudis (espadín de madera que pesaba el doble de las reales), logrando que ya durante el combate se sintieran más livianos, dándole  más espectacularidad. En Capua se entrenada con extrema dureza con la espada. Los empresarios cuidaban bastante bien a sus hombres ya que éstos le generaban grandes ganancias, de allí que fueran vigilados por guardianes que los alimentaban, los lavaban y no permitían que se rebelasen, se suicidasen o se atacaran entre sí. Después de la revuelta de Espartaco se apretaron las vigilancias ya que Roma se dio cuenta del peligro que representaban estos luchadores.   Pese a que Roma absorbió las escuelas en la capital para satisfacer la gran demanda de luchadores, en las provincias pulularon éstas, quienes compitieron entre sí para ver quien era la mejor

En las provincias del Imperio eran los potentados los que corrían con los gastos de los combates para satisfacer el gusto de los colonos, quienes muchos de ellos eran veteranos de las Legiones, quienes adoraban los duelos, esto aunado a los decretos que establecían una cierta cantidad de juegos anualmente. Razón por la cual los magistrados locales se esforzaban por complacer al emperador con muchos combates en su honor y por ganarse la simpatía de sus colonos, fomentando una creciente construcción de arenas similares a el Coliseo, muchas de ellas todavía visibles hoy día. Pero también con ello se crearon muchos tratantes particulares que satisfacían la demanda del los editores particulares (patrocinadores de los combates).

Los combates

Los combates tenían un preámbulo propio de una súper producción. Días antes se anunciaban con bombo y platillo las luchas, dónde y cuándo se desarrollarían, quién las patrocinaba, los combatientes y demás detalles.  En la víspera se les daba a los gladiadores una cena copiosa llamada “cena libera” que les permitía despedirse de sus familias y hacer un testamento, teniendo el público libre acceso. De esta forma se permitía estudiar de cerca los luchadores y afinar las apuestas que se hacían después en las gradas.

La actuación se iniciaba al alba con un paseíllo similar al de los toreros hoy en día dónde, al son de cuernos y trompetas, los gladiadores desfilaban engalanados con ropajes dorados y púrpuras mientras otros esclavos cargaban sus armas. El desfile terminaba cuando llegaban a la tribuna principal dónde saludaban a la presidencia; si allí estaba presente el Emperador, levantaban el brazo y proclamaban el ya famoso “Ave Caesar, morituri te salutant”, (Ave César, los que van a morir te saludan). El paroxismo en su máxima expresión.

Tras este preámbulo, había un calentamiento donde los gladiadores luchaban con armas de madera e intentaban impresionar al público con sus gestos y ejercicios, así como engañar a sus rivales; muchos consideraban ésta fase cómo la más importante en la lucha ya que era la parte psicológica. Era en estos momentos  cuando se  hacían las apuestas que podían ser de verdaderas fortunas. Al terminar todo esto, los jueces revisaban cuidadosamente las armas antes de entregarlas a los combatientes y se sorteaban las parejas que lucharían. Pasado esto, un trompeta, o tuba,  que iba in crescendo y que tenía como objetivo enardecer al público y a los combatientes, señalaba el inicio de los combates. El éxtasis, y un cierto arrobo,  se apoderaban de los presentes.

Los combatientes se aproximaban, se medían. Los vítores y vituperios resonaban en las gradas, tanto que en muchas ocasiones inhibían el ruido generado por las trompetas, cuernos y flautas que amenizaban el inicio de los combates. Los azuzadores, que eran muchos,  se encargaban de herirles o golpearles si veían pasividad en los luchadores. El combate, que podía durar hasta dos horas, terminaba cuando uno de los contrincantes desfallecía, caía herido o quedaba a merced de su rival, levantado tres dedos de la mano izquierda. Teóricamente era el vencedor quien otorgaba o no clemencia, pero si estaba presente el Emperador el vencedor le consultaba. Éste comúnmente complacía a la multitud, ya que sí el derrotado había luchado valientemente y había hecho méritos, las masas gritaban con fervor “mitte” (¡despídele!) al tiempo que sostenían su dedo pulgar arriba. En caso contrario gritaban “iugula” (¡degüéllalo!) con el pulgar hacia abajo. Muchos sostienen que las señales con el pulgar son invenciones posteriores, pero fuese como fuese, era el Emperador, presidente, o editor, quienes determinaban si era ejecutado o salvaba la vida. 

Pasado esto el vencedor recibía una palma tras ejecutar al rival (la grandeza del gladiador la medía el número de palmas que obtenía) así como flores y dinero,  daba una vuelta a la arena aclamado por la multitud.  En muchas ocasiones si el rival no había durado suficiente tiempo, ya fuera porque era incapaz o se habría negado a luchar (cosa penada con la muerte), se le mandaba de inmediato otro rival. La música jugaba un papel sumamente importante ya que en los momentos dramáticos o cambios de turno, la orquesta subía o bajaba de tono para jugar con las emociones del público.

El los combates, independientemente  de que fueran de combates grupales o individuales, entraban al terminar éstos uno personaje que tenían un trabajo muy singular: verificar que el vencido(s) estuvieran muerto(s).  Iba vestido de Mercurio y tanteaba al caído con hierro al rojo vivo. Si seguía vivo lo remataba dándoles golpes con una maza. Así,  simulando a Caronte (el barquero mitológico que acompañaba a los difuntos en su camino al más allá), les ayudaba a morir. Los cadáveres eran arrastrados por unos esclavos que usaban unos garfios de hierro para llevarlos a una dependencia llamada “spolarium”, donde se les quitaban sus armas y vestidura. De ese acto  viene la palabra expolio. Retirado el cuerpo se cambiaba la arena ensangrentada y se sustituía por una nueva, esperando el siguiente combate. Esta historia se repetía hasta bien entrada la noche en ocasiones.

El fin

El impulso del Imperio a las luchas de gladiadores se prolongó has el siglo III EC, siendo los tiempos de oro de las luchas y donde pasaron a la historia de la humanidad. Su decadencia comenzó con el desgaste del Imperio, los excesos de sus Césares y la propagación del cristianismo, siendo Constantino (quien se hizo cristiano antes de morir) quién comenzó a retirar los apoyos del Estado a los juegos. En el año 326 prohibió la matanza de reos con fieras, así minando una parte importante de las luchas y de la esencia del espectáculo. Esto debió a que muchos cristianos murieron de esa forma, y Constantino, que al ver cómo crecía el cristianismo se imbuyó de esos nuevos valores, prefería darle al pueblo una diversión más edificante. Por tanto, las luchas de gladiadores llegaron a su fin a principios del siglo V, específicamente en el año 404, cuando Honorio vetó para siempre los enfrentamientos. De esta forma siglos de diversión romana llegaron a su fin.

 El espectáculo dado por los gladiadores era sumamente sangriento, violento y exaltaba la muerte como diversión,  reflejando no sólo  el espíritu del Imperio, sino de la mentalidad ávida de sangre una  misma sociedad romana que muy pronto ella misma se destruiría.

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"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
Palabras que pronunció Agustín de Iturbide al entregarle las llaves de la capital que le habían sido dadas por el alcalde de la Ciudad, don José Ignacio Ormaechea, a su entrada a la capital de la Nueva España comandando a 16,000 hombres el jueves 27 de septiembre de 1821.