“El navegador aerostático”, el hombre surca los aires


Cuando Jacques-Étienne Montgolfier, hijo de un próspero fabricante de papel de Annonay, localidad cercana a Lyon, vio como una camisa de su esposa se inflaba mientras se secaba sobre una estufa, consideró que el aire caliente podría elevar un globo. Sin grandes conocimientos científicos sabía de las teorías sobre las propiedades del aire y, ayudado por su hermano Joseph, realizó experimentos con éste, demostrando que el aire caliente puede almacenarse temporalmente dentro de un receptáculo de papel o seda.

Los vuelos

Tras realizar varios experimentos, el 4 de junio de 1783 en la plaza mayor de Annonay, un globo de lino forrado de papel provisto de una abertura, de once metros de diámetro, sujetado por ocho hombres y llenado con seiscientos metros cúbicos de aire caliente mediante la quema de paja y lana húmedas, era presentado ante la nobleza local y una gran multitud. El globo fue soltado de las amarras y ascendió con velocidad a 1800 metros de altura y se mantuvo suspendido por diez minutos avanzando dos kilómetros hasta que se enfrió el aire interior. La multitud aplaudió; acababan de ver el primer invento del hombre que podía volar.

La noticia corrió como reguero de pólvora por toda Francia, llegando hasta la Academia de Ciencias que dirigía el marqués Condorcet, quien junto con el físico Charles-Augistun de Coulomb, quién llegó a decir que “ninguna iniciativa del hombre por surcar los aires puede tener éxito” y que solo un loco lo intentaría”, designaron un comité para estudiar el invento y financiarlo.

Los Montgolfier entonces trabajaron en otra presentación del que comenzó a ser conocido como el “navegador aerostático” pero ahora en París. Desconociendo los planes de los Montgolfier, el geólogo Barthélmy Faujas de Saint-Fond buscó prontamente fondos para financiar un globo en París, juntando en pocos días con una cantidad considerable y encargándole el proyecto al físico Jacques Alexander-César Charles, que pese a desconocer qué tipo de gas habían usado los Montgolfier para elevar el globo, recurrió a un gas descubierto hacía poco (1766) por Henry Cavendish que hoy conocemos como hidrogeno.

El hidrógeno presentaba grandes ventajas porque era trece veces más ligero que el aire convencional, además de que podía elevarse con mayor velocidad si se concentraba la cantidad justa en un recipiente ligero. El hacer un globo de seda que sería impermeabilizado con goma para evitar fugas no era tanto el problema; la cuestión era cuál era la cantidad exacta para elevarlo. Charles encargó este problema a los hermanos Anne-Jean y Marie Noël Robert, dos experimentados fabricantes de laboratorio. Estos resolvieron el problema mediante mezclar ácido sulfúrico con limaduras de hierro dentro de un barril de madera, esa mezcla generaba hidrogeno, canalizándolo al globo por medio de un tubo y así poder dotar de una buena cantidad que permitiera elevarlo.

La presentación de este globo se hizo el 27 de agosto de 1783 en los jardines del Campo marte en París, donde miles de asistentes vieron como un artefacto de 18 metros de diámetro se elevó novecientos metros y se perdió e sus vista, recorriendo entre veinte y veinticinco kilómetros, aterrizando a 45 minutos después cerca de la ciudad de Gonesse donde unos espantados habitantes vieron como un objeto había aterrizado y, pensando que era un monstruo demoníaco, se armaron de cuchillos, horcas y piedras y lo atacaron, llegando a destrozarlo. Fue tal el impacto en esa población que el gobierno tuvo que emitir una bando asegurando que eran inofensivos.

Hasta ese momento los viajes no tripulados eran un éxito; el siguiente paso era elevarlos con humanos. Así que primero se tenía que saber era qué tan dañino era para el hombre ascender. Los Montgolfier, ahora trabajando con la Academia de Ciencias, confeccionaron un globo de tafetán color azul con ornamentos dorados, que llevaría una jaula de mimbre en cuyo interior viajarían una oveja, un pato y el símbolo nacional francés: un gallo.

La fecha que se escogió para el vuelo no fue cualquiera; sería el 19 de septiembre de 1783, cuando estuvieran reunidos muchos diplomáticos con motivo de la firma del tratado de paz entre Inglaterra y sus colonias americanas, hoy los Estados Unidos, siendo la ocasión perfecta para que el mundo viera los avances tecnológicos de Francia. Los reyes Luis XVI y María Antonieta, junto con una gran multitud, observaron, después de tres horas de inflado, como el globo se elevaba quinientos metros por aproximadamente diez minutos y recorriendo tres kilómetros para, después de una fuga lo rasgó, aterrizar con sus tripulantes a salvo. Como dato curioso, la oveja regresó a su corral donde fue tratada favorablemente el resto de su vida. Ahora el turno era del hombre.

El hombre vuela

El primero en elevarse en un vuelo cautivo (esto es atado a tierra) fue Jacques Montgolfier, quien vio que se necesitaban dos hombrees para equilibrar el peso y mucha sangre fría; tanta que su padre le prohibió volar de nuevo. Poco después apareció un ambicioso y carismático físico llamado Jean de Rozier quien, acompañado por el marqués y comandante de la Guardia real D´Arlandes, ascendieron cien metros en un globo amarrados a tierra que vio todo París. Jacques Montgolfier había hallado a las personas ideales para volar sin amarres; además era vital adelantarse a los hermanos Charles que ya trabajan en ello.

Jacques sabía que era arriesgado intentarlo ya que si algo salía mal su prestigió caería por los suelos. Además el rey consideraba que el riesgo de volar era solo para los criminales quienes, en el improbable caso de que sobrevivieran,  serían perdonadas  sus condenas. Pero De Rozier no estaba dispuesto a que vulgares criminales le quitaran la gloria; al final el rey accedió a dejarlos volar. Así pues, la gran demostración sería en los Jardines de la Muette, cerca de París, el 20 de noviembre, pero se retrasó por mal tiempo para el 21.
Ese día, un globo pintado de azul y dorado, decorado con signos del zodiaco, flores de lis y retratos del rey, fue  abordado por el marqués De Arlandes y De Rozier. Cuando soltaron las cuerdas un silencio se apoderó del lugar. Un testigo describió que “nunca un silencio más profundo reinó la tierra: admiración, temor y preocupación podían observarse en todas las caras”. Silencio que se rompió cuando el marqués De Arlandes agitó su pañuelo hacia la multitud, provocando que ésta estallara en júbilo.

La emoción en tierra contrastaba con la preocupación en aire donde los tripulantes no cesaban de arrojar paja al brasero central para no perder altura y todo el tiempo se tenían que gritar porque el tamaño de la hoguera les tapaba la visión entre ambos. Sumémosle que en varias ocasiones se vieron forzados a sofocar quemaduras en el tejido de la hoguera; también tuvieron una serie de lentos descensos en picado que los acercaron a varios tejados y donde según testigos podían escuchar a los dos hombres gritarse emocionados mientras pasaban muy cerca de las casas. Aterrizaron casi milagrosamente en Butteraux-Cailles (hoy dentro de París) tras veinticinco  o treinta minutos y recorrer diez kilómetros. Ya en tierra fueron aclamados como héroes.

“Aquel momento de hilaridad”

Diez días después, el lunes 1 de diciembre de ese 1783 se produjo el que para muchos es el primer vuelo controlado de la historia cuando Jacques Charles y Nicolas-Louis Robert aplicaron un sistema de regulación de la altitud por medio de bolsas de arena a modo de lastre que lanzaban por la borda y que difería enormemente del globo enorme e incontrolable de los Montgolfier. Ante una multitud de, según algunas fuentes, 400 mil personas que se reunieron el Jardín de las Tullerías y vieron como un globo de rosa y amarillo de más de nueve metros de diámetro y envuelto completamente por una red de malla cuadrada se elevaba por los aires alrededor de la una y dos de la tarde para recorrer 43 kilómetros.

Jacques Charles escribió que “nada podrá igualar aquel momento de hilaridad” y que se había sentido “como si estuviera volando lejos de la tierra y de todos sus problemas”. Robert descendió de la canasta pero Charles se elevó solo hasta las tres mil metros donde pudo contemplar la puesta del sol en medio de una abrumadora soledad y mucho frío. Después de estos vuelos los globos se convirtieron en una moda; en París se vendían globos a escala con gas incluido para quien quisiera realizar sus experimentos. Para 1784 se habían registrado 181 ascensos por toda Europa.

Para mediados del siglo XIX el hidrógeno fue sustituido por el helio, un gas más ligero, seguro y menos inflamable. Hoy los globos cuentan con una bomba de gas propano que permite recalentar el aire y permite vuelos más largos, además tienen un desinflado más seguro.


Pese a que nunca tuvieron una utilidad práctica, y menos militar, la aportación de los Montgolfier y Jacques Charles a la humanidad fue demostrar que el sueño del hombre a volar podía ser posible. 

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