Cuando Porfirio Díaz tuvo barba

 

Porfirio Diaz sirvió estos vinos en el Centenario de la Independencia 


Las ocho columnas del periódico El Imparcial del 1 de enero de 1910, decían: “El primer día del año del Centenario”. Siendo el diario de mayor circulación nacional y afín al gobierno, las ocho columnas mostraban lo importante que era para el régimen de Porfirio Díaz la conmemoración del Centenario de la Independencia. Preparada con mucho esmero y con buena antelación, la idea del general Díaz era mostrar los progresos de su gobierno ante el mundo. Más de treinta países enviarían delegaciones, incluidas las grandes potencias y monarquías europeas como Italia, Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, Portugal, Rusia, Grecia, Francia, entre otras. Países de América como Chile, Cuba, Costa Rica, Panamá, Guatemala, Argentina, Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Estados Unidos, y de naciones tan lejanas como Japón y China. Gran Bretaña, República Dominicana y Nicaragua no pudieron enviar representación pese a ser invitadas. España tuvo especial preeminencia en la conmemoración.

 

El responsable de invitar y recibir a las delegaciones era Federico Gamboa, de 44 años, quien era subsecretario de Relaciones Exteriores. Las invitaciones se enviaron desde abril junto con el programa. El Centro de la ciudad se llenó de luces que impresionaron a los asistentes y que la Casa Hubbard Bourlon instaló. A los méndigos se les dieron zapatos y toda la ciudad tenía que mostrar al mundo que las palabras “paz, orden y progreso”, no eran sólo parte del discurso oficialista sino toda una realidad. Rafael Tovar y de Teresa dice que “en cada una de las ceremonias y obras públicas, resaltó el proceso modernizador, la nieva posición de México como una nación respetable en la escena internacional, el fin de las pugnas entre las diferentes facciones políticas y los conflictos internacionales que marcaron la vida de México durante el siglo XIX; pero, sobre todo, quiso mostrarse como el artífice de un México moderno y como el eslabón de la Independencia nacional” (El último brindis de Don Porfirio, 2010, página 22. Editorial Debolsillo).

 

El 15 de septiembre de 1910, Porfirio Díaz se prepara para la ceremonia del grito. El general va con frac, con la bandera nacional en una banda. Debajo de la solapa izquierda colgaba una pequeña cadena con una versión en miniatura de algunas de las condecoraciones que había recibido como militar y jefe de Estado. Su esposa, Carmen Romero Rubio y Castelló, Doña Carmelita, iba con un vestido de seda claro y aplicaciones de oro que discretamente dejaba al descubierto el pecho adornado con un collar de perlas, una gargantilla también de perlas y brillantes, brillantes que también tenía su diadema. Antes de llegar al balcón, el general Díaz lleva por delante a dos edecanes vestidos con uniformes de gala. El balcón esta adornado con un dosel de sedas y terciopelo que tenían los colores de la vadera, también había un águila nacional iluminada. Dos minutos antes de las once de la noche, el general Díaz entra al balcón con la bandera en sus manos y flanqueado por Ramón Corral, vicepresidente y ministro de Gobernación, Justino Fernández, ministro de Justicia y varios militares.  

 

Las campanas de la Catedral anuncian que son las once de la noche a los miles de asistentes al Zócalo capitalino y los representantes extranjeros; es la hora de que el presidente dé el grito. Don Porfirio, con voz grave, grita: “¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia! ¡Vivan los héroes de la patria! ¡Viva la República! ¡Viva el pueblo mexicano!”. Los delegados miran con asombro la escena, mientras el general Díaz ondea la bandera y miles de mexicanos festejan (unos 100 mil). 

Después de la ceremonia y mientras el representante del Imperio Alemán, Karl Bunz, está con Federico Gamboa en el palco central, observa que entre la multitud se abre paso “un remolino humano” que viene de la calle de Plateros (hoy Madero) y que a empujones buscar acercase. Van con un estandarte, que es una fotografía de alguien con barba y que provoca vivas. Cuando llega la imagen a los pies del balcón, Gamboa entiende que se trata de Francisco I. Madero. Bunz le pregunta a Gamboa: 

“¿Qué gritan?”

“Vivas a nuestros héroes muertos y al presidente Díaz”, responde Gamboa.

“¿Y el retrato de quién es?”, pregunta de nuevo Bunz.

“Del general”.

“¿Con barbas?”, pregunta sorprendido el representante alemán.

“Si, las gastó de joven y el retrato es antiguo”, responde Gamboa. “Le mentí con aplomo”, escribiría después el autor de Santa.

 

En el momento cumbre del régimen, durante los fastos festejos de la Independencia, la imagen de su más fuerte rival por la presidencia y a quien le hizo fraude en junio y julio anteriores, aparece como recordatorio de que sigue teniendo muchos seguidores. 

 

El canto del cisne

 

Los festejos del Centenario continuaron todo ese mes tanto para los representantes extranjeros como para las clases populares. Las felicitaciones de los representantes extranjeros por las celebraciones no se hicieron esperar. Curtis Guild Jr, de los Estados Unidos, dijo que “las obras públicas, escuelas, monumentos y mejoras permanentes, no pasarán con el ondear de las banderas y la explosión de los cohetes: quedarán fijo como una eterna proclamación del respeto del mundo hacia el fundador de la autonomía de México”. (Rafael Tovar y de Teresa, El último grito de Don Porfirio, 2010, página 264. Editorial Debolsillo).

 

José Ives Limantour, secretario de Hacienda y que en ese momento se encontraba en Francia atendiendo la salud de su esposa, le escribió a Roberto Núñez, su subsecretario, diciéndole que las fiestas del Centenario “no tienen más trascendencia que la pérdida de dinero que ocasionan. (…) Diviértanse Uds. en Septiembre, que Dios sabe si lloraremos en noviembre o diciembre.” (Ibídem, 265)

 

El 4 de octubre son declarados reelectos Porfirio Díaz y Ramón Corral como presidente y vicepresidente, respectivamente, para el periodo 1910-1916. Sin embargo los problemas comenzaron en noviembre. El día 17, la prensa capitalina da a conocer que las autoridades descubrieron una rebelión y que muchos de los conspiradores han sido aprehendidos. Al respecto de ese hecho, Federico Gamboa escribió que después de saberse que el caudillo de complot era Francisco I. Madero, narra una ocasión que habló con el papá de Madero y éste dijo “que Panchito es un loco”.  Gamboa agrega: “Todo el mundo descansa en la solidez del gobierno, y ni los pesimistas piensan que la naciente revuelta lo eche por tierra”, (Ibídem, 271).

 

El 18, en Puebla, los hermanos Serdán se enfrentan a la policía, lo que es considerado el primer brote revolucionario. Sin embargo, el día 20, fecha fijada por Madero para comenzar la revolución, las cosas en la Ciudad de México transcurrían con total normalidad, aunque hubo 13 brotes en 4 estados: Chihuahua, Durango, San Luis Potosí y Veracruz. Aunque semanas después hubo varios pronunciamientos, la realidad se creían controlables. 

 

Las cosas cambiaron en 1911 y de forma acelerada. Los revolucionarios van tomando regiones del norte del país a la par de pronunciamientos contra el gobierno del general Díaz. El 21 de mayo se firman los Tratados de Ciudad Juárez donde se obliga a Porfirio Díaz y Ramón Corral a renunciar a la presidencia y vicepresidencia. El 24 de mayo varias manifestaciones afuera de su casa piden la renuncia del presidente. El día 25, ayudado por su esposa (literal), el general Porfirio Díaz renuncia a la presidencia después de más de treinta años. Días antes había dicho en una entrevista que dejaría el poder cuando su conciencia se lo dijera para no entregarlo en la anarquía. Su renuncia fue el último acto como presidente, saliendo del país el 31 de ese mes en el barco alemán Ypiranga rumbo a Francia, donde moriría el 2 de julio de 1915.

 

A principios de 1910, Federico Gamboa escribió, tal vez a manera de premonición: “como que escucho sordos retumbos de tempestad en sus enigmáticas entrañas, como que diviso en sus negruras fulgores de relámpago”.

 

Menos de un año después de los grandes festejos del Centenario y de que Karl Bunz preguntara quién era ese barbudo que tanto vitoreaban, el régimen de treinta años llegaba a su fin.

 

 

 

Bibliografía:

 

-       Rafael Tovar y de Teresa, El último brindis de Don Porfirio, Debolsillo, 2010

 

-       Álvaro Uribe, Recordatorio de Federico Gamboa, Tusquets Editores de México, 2009.

    

-       Pablo Serrano Álvarez (coordinador), Cronología de la Revolución (1906-1917), Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), 2010

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Quienes cuentan la Historia siempre la han polarizado en buenos y malos, olvidando explicar por qué y cómo sucedieron los hechos, sacándolos de contexto y dando ninguna importancia a las razones que llevaron (u obligaron) a los personajes a actuar de cierta manera. El deseo de "El Gueto..." es presentar lo que se ha dejado de lado: los por qué, los cómo y las razones de la manera más objetiva posible para que TÚ saques tus propias conclusiones, y lo más importante: que TODOS entendamos cómo nos afectan.

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"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
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