Cuando “El Tigre de Tacubaya” regresó a México

 

 

 


 

 

El 5 de diciembre de 1894 se conoció la noticia. El periódico católico El Tiempo fue el primero en anunciar que el general conservador Leonardo Márquez, el famoso Tigre de Tacubaya, tenía intenciones de regresar a México. En el periódico, propiedad de Victoriano Agüeros, la nota pasó un tanto desapercibida, esto porque el diario no era tan radical como el otro periódico católico, La Voz de México. La cercanía de El Tiempo  con Román Araujo, el único familar cercano del general conservador, le permitía tener una mejor información sobre las intenciones de Márquez. Pero esta no era la primera vez que se veia el nombre del odiado general en la prensa. En 1892 el periodista Ángel Pola escribió de él, según dijo, “por diversos motivos históricos y políticos”, y para que la gente se familiarizara de nuevo con su nombre. Nombre que generaba un enorme rechazo. Pero, ¿qué hizo Leonardo Márquez para ser tan odiado?

 

“El Tigre de Tacubaya”

 

Bautizado como Leonardo Teófilo Guadalupe Ignacio del Corazón de Jesús, Leonardo Márquez nació el 8 de enero de 1820 en la Ciudad de México. Su madre era María de Luz Araujo y su padre Cayetano Márquez, que era teniente del ejército realista. Familiarizado con los militares desde que nació, Leonardo se incorporó como cadete en la compañía que comandaba su padre en Nuevo León cuando tenía 10 años. En 1836, en el marco de los intentos separatistas de Tejas, solicitó su ingreso a la campaña y fue enviado a Tamaulipas aunque nunca llegó a participar directamente. Posteriormente fue enviado a distintos puntos del país, siempre combatiendo a los que se oponían al gobierno. En 1841 ingresó finalmente al ejército, participando en la intervención estadounidense de 1846-48 donde peleó en las batallas de la Angostura y Cerro Gordo. Fue después de los combates en la Ciudad de México que lo ascendieron a coronel.

 

Durante la Revolución de Ayutla (1854-55) combatió del lado del gobierno, y cuando Santa Anna huyó del país, Márquez solicitó su baja del ejército. Sin embargo, volvió tomar las armas sólo que ahora contra el gobierno de Ignacio Comonfort durante la rebelión de Antonio Haro y Tamariz en Puebla en 1856. Allí combatió al lado de Miguel Mirarón, Luis G. Osollo, Antonio Ayesterán, entre otros. Sofocada la rebelión por Comonfort, tuvo que irse al exilio a La Habana para después partir a Nueva York. Regresó al país a principios de 1858 para unirse al Plan de Tacubaya que desconocía la constitución de 1857 y al presidente Comonfort. Durante la Guerra de Reforma, Márquez se convirtió en un elemento importante de los conservadores, tomando parte en varios combates y entrando triunfalmente en Guadalajara en enero de 1859. Dias después es nombrado gobernador y comandante militar de Jalisco.

 

Sin embargo fue requerido dos meses después en la Ciudad de México ya que el general Santos Degollado se dirigía a tomar la capital del país, llegando el 7 de abril. El 11 derrota a Santos Degollado en Tacubaya, con lo que la amenaza liberal por el momento se detenía. Sin embargo, días después del combate fusila a varios oficiales liberales y a varios médicos civiles que habían ido a auxiliar a los heridos, ganándose el mote del “Tigre de Tacubaya”. Leonardo Márquez siempre alegó que la orden la dio Miguel Miramón, cosa que éste siempre negó, provocando un distanciamiento entre ambos. El periodista Ángel Pola sostiene que la orden la dio Miramón pero después que Márquez ya los había fusilado., por tanto ambos serían culpables. Sin embargo, dada la tendencia violenta de Márquez es muy probable que sí haya sido quien diera la orden. (Los liberales fueron igual de violentos que los conservadores).

 

Leonardo Márquez participó en la batalla de Calpulalpan, Estado de México, el 22 de diciembre de 1860, donde el ejército conservador  comandado por Miguel Miramón se enfrentó al ejército liberal dirigido por Jesús González Ortega. La batalla significó la derrota de los conservadores y el fin de la Guerra de Reforma. El ejército conservador se convirtió en varias gavillas después de su disolución, siendo una de ellas la que dirigía Félix Zuloaga, aunque en realidad era Leonardo Márquez quien lo hacía. Una gavilla se hizo famosa por las muertes de Melchor Ocampo, la cual nunca reconoció como suya, y las de Santos Degollado y Leandro Valle.

 

Llegado Maximiliano, se puso a sus órdenes y apoyó al Imperio hasta casi sus últimos días. Y es que cuando Maximiliano tenía sus días contados, Márquez fue enviado por el emperador a la Ciudad de México a buscar refuerzos, pero cuando llego a la  capital vio que era imposible obtenerlos  y mejor se fue a Puebla a intentar tomar la ciudad. Sin embargo pierde esa batalla el 2 de abril de 1867 y no vuelve con el emperador a Querétaro sino que decide regresar a la Ciudad de México donde se esconde un mes. Márquez entregó el mando al general Ramón Tavera para que efectuara la capitulación a Porfirio Díaz. Esto fue porque si lo hubiera hecho el mismo Márquez lo hubieran tomado prisionero y fusilado, en parte por las leyes republicanas expeditas para tiempo de guerra y en parte por los rencores que se ganó a pulso. Estuvo seis meses encondido en la Ciudad de México hasta que logró irse a Veracruz disfrazado de arriero. Todo indica que en el puerto se quedó en casa del doctor Adolfo Hegewish durante quince días, tiempo que le permitió a  Victoria Tornel de Segura, Jorge de la Serna y al mismo doctor Hegewish arreglar su salida del país en un barco algodonero que venía de Nueva Orleans y cuyo capitán cobró 1000 pesos en oro a cambio de llevárselo a La Habana.

En La Habana se dedicó a prestar dinero a réditos, y a esperar  los barcos que llegaban de México para preguntarle a todo aquel mexicano que veía en el puerto, en las calles o en los hoteles y pedirle informes del país, así como darles panfletos que intentaban limpiar su pasado.

 

 

El debate en los periódicos

En los últimos meses de  1894 las noticias giraban en torno a los problemas  fronterizos entre Guatemala y México. Guatemala estaba convencida de que México se había apropiado de Chiapas y el Soconusco de formas no muy legales y en respuesta  invadió monterías; esto hizo que México reclamara y se iniciara  una negociación diplomática que no estuvo exenta de tensiones y de una posibilidad muy remota de un conflicto armado. Sin embargo la batalla se presentó entre la prensa de los dos países, cayendo en ocasiones en insultos, sin presentar ningún argumento.

 

Cuando el periódico El Tiempo publicó las intenciones de Márquez de volver al país, el general conservador llevaba 27 años en el exilio. Leonardo Márquez le había escrito a Manuel Romero Rubio, ministro de Gobernación y suegro de Porfirio Díaz, que dado que el país se encontraba en paz y los odios se habían extinguido, solicitaba permiso para volver, afirmaba que no participaría en nada de política y que quería terminar sus últimos días en su nación.

 

Al enterarse de las intenciones de Márquez, el periódico El Nacional planteó la posibilidad de que su regreso se debiera al conflicto entre México y Guatemala. Según este diario, Márquez se pondría al frente del ejército, vencería y regresaría como héroe. Aunque la idea era descabellada, fue retomada por el El Universal, que consideró “casual” el anuncio del regreso de Márquez y planteó, en forma de deducción, que eso le permitía al partido conservador renacer y buscar de nuevo el poder.  Sin embargo la idea que presentó El Nacional era todo menos real. Nadie creería que Porfirio Díaz llamaría al conservador con la peor fama a comandar al ejército, y menos que generales y coroneles aceptaran su mando. Salvo los dos diarios antes citados hicieron eco de un rumor totalmente descabellado.

 

Conforme avanzaban los meses, y ante la versión de que se le concedería regresar al país, los debates se hicieron más fuertes en la prensa. Juan A. Mateos, cuyo hermano pereció en Tacubaya el 11 de abril de 1859, comenzaría a redactar la novela Memorias de un guerrillero, publicada en 1897, para desde esa trinchera dejar testimonio de que se negaba a olvidar y perdonar aquellos crímenes.

  

En El Universal, el famoso redactor, cronista y poeta Manuel Gutiérrez Nájera dijo en su columna “Plato del día”, que Márquez no debería de volver al país no tanto por si era legal o no, o por si influiría en la política, sino por su simple mala fama, por su historia negra. “Hay que juzgar a los muertos, y acaso –remataba–, sea buena y exacta esta célebre máxima: 'hay muertos a los que tenemos que matar'. La acción penal puede prescribir; mas no por ello el delito desaparece. El tiempo no es una esponja que se embebe todos los crímenes pasados, dejando limpios a los criminales.” Nájera agrega: “El perdonar y el olvidar, jamás obligan a hacer amistades con el delincuente.” Como podemos ver, los ánimos de rechazo que provocaba Márquez seguían siendo muchos pese a los casi treinta años fuera del país, lo que muestra que el conflicto de liberales y conservadores estaba lejos de haberse solucionado, mas allá de que en ese tiempo el Partido Conservador no existía.

 

En mayo comenzó a sonar con más fuerza  que el gobierno le había autorizado el permiso para volver, esta vez de una manera mucho más creíble: como a un viejo adversario que quería morir en su patria. Conforme la noticia pareció confirmarse, El Monitor Republicano consideró que había debía opinar por fin. Su lenguaje se parecía mucho al que meses atrás había usado Gutiérrez Nájera, asegurando que ni porque se hubiese humillado el general conservador ante un gobierno liberal para regresar al país, podría “lavar la conducta política del infidente a la patria, ni levantar un castigo que la Nación le impuso, y para el cual la ley niega todo el perdón.”

 

El mismo Monitor Republicano publicó la reflexión de un lector llamado Julián Soto, que aseguraba que Márquez no podía regresar al país porque el Congreso lo había dejado fuera de la amnistía de 1870 y por lo tanto no podía acogerse a ella. El diario estuvo de acuerdo con los argumentros de Soto y afirmó que el gobierno violaría la ley  si daba un permiso que no podía expedir. Para fundamentar su opinión, hizo referencia a un decreto anterior al que había dicho Soto, el del 4 de junio de 1861, que mostraba como Tomás Mejía, Linódoro Cajigas, Juan Vicario, José María Cobos, Félix Zuloaga, Manuel Lozada (el Tigre de Álica) y Leonardo Márquez, quedaban fuera de una anmistía.

 

 

El Monitor Republicano aseguró que el decreto que emitió el Congreso en 1861 consistía en dar una recompensa de $10,000 pesos a quien eliminara a cualquiera de los “monstruos” que habían matado a Melchor Ocampo, entre ellos evidentemente estaba Leonardo Márquez. También recordaba que sobre Márquez pesaban  los mismos cargos que llevaron al paredón a  Maximiliano, Tomás Mejía y Miguel Miramón.  Sin embargo, El Tiempo corrigió la información dada por el Monitor y el Hijo del Ahuizote (que mencionó el decreto de 1861) diciendo que ese decreto lo derogó  el mismo Congreso en diciembre de ese mismo 1861. También  recordó que la ley que hizo fusilar a Maximiliano, Mejía y Miramón ya había sido anulada. Pero la polémica no se detuvo,  ahora seguía sobre si la ley de amnistía le aplicaba a Márquez y si ésta no había preescrito en 1888, lo que le hubiera permitido volver años antes.

 

El Demócrata decía que “vivimos en nuestra época  y no podemos tener ideales que pertenecieron al pasado, ni hacer una indigna comedia, o comercio con ideas y sentimientos que no podemos abrigar, que nadie abriga, pero que se fingen para no perder la popularidad." El Noticioso, cuyos directores eran Ángel Pola y Federico Mendoza, también sostuvieron que Márquez no debió volver, pero también afirmaron que la prensa debiera dejar de discutir sobre un asunto del pasado y  que mejor se preocupara en asuntos más importantes. La discusión no sólo fue unicamamente entre los columnistas y editores de los periodicos, sino también gente escribía para exprsar su incorfomidad con el regreso. Los estudiantes eran quienes tenían más presentes los asesinatos de Juan Díaz Covarrubias y Manuel Mateos, estudiantes de Medicina y Jurisprudencia acaecidas el 11 de abril de 1859 en Tacubaya, razón que generaba mucha animadversión sobre Márquez.

 

Estudiantes le habían pedido permiso al gobernador del Distrito Federal, Pedro Rincón Gallardo, para realizar una manifestación en el Panteón de San Fernando (ubicado hoy a un costado del metro Hidalgo) para conmemorar el 34 aniversario de la muerte de Melchor Ocampo. Al final el gobierno local decidió no dar permiso, lo que provocó un pequeño enfrentamiento con la policía que, de nuevo, generó polémica en los diarios, controversia que después se transformó en agresiones de estudiantes contra algunos diarios, como fue con El Demócrata.

 

Las cosas subieron tanto de tono entre los que estaban de acuerdo con su regreso y quienes no, que el diaro La Voz de México buscó un acercamiento entre los dos bandos todavía distantes para tranquilizar la noticia de la llegada y que no resurgiera un odio al catolicismo que tan bien había controlado Porfirio Díaz, aunque con anterioridad el diario había rechzado esos acercamientos.  La discusión entre los periódicos se extendió hasta cuando el general conservador ya se encontraba en México.

 

La llegada

En mayo de 1895 el  permiso de Díaz llegó y Márquez se embarcó el 23 del mismo mes en el vapor Segurança con Antonia Ochoa de Miranda y su pequeña hija.  Contrario a lo que se esperaba de alguien con tan mala fama, Márquez mostraba cultura y buena conversación durante el viaje, llegando el día 27 a las nueve de la mañana. Como el debate sobre su llegada había durado varios meses, las personas que estaban en el muelle eran más de lo normal ese día. Según Ángel Pola, lo que todos vieron fue la figura “pequeñita, vivaracha, gastada y dura en su expresón”, que al pisar tierra exclamó: “¡Vuelvo al cabo de ventisiete años a la patria!”. Después que el admistrador de la aduana Javier Arrangóiz revisó su equipaje, se dirigió al Hotel México, no sin antes abrirse paso entre un murmullo que sonaba más a antipatía que a otra cosa.

Después de dejar sus cosas en el hotel, fue  a la comandancia militar que estaba a cargo del general Rosalino Martínez. Allí, le dijo iba a “presentar mis respetos como soldado a la primera autoridad militar de la primera población” que pisaba en México. El general Martínez le preguntó que si llegaba sin novedad, a lo que Márquez que sin contratiempos, que se sentía feliz, que el general no sabía lo que era estar del país por tanto tiempo y que regresar era como volver a vivir. Y agregó que a la patria se le quiere “como a una madre”. Recorrió la Plaza Principal y los portales del puerto, ante una población que no veía al hombre fiero y peligroso de 1859 sino a un anciano manso y cortés. Al día siguiente, el 28 de mayo, compró viajaba en primera a la Ciudad de México, donde estaba su única familia: su sobrino Román Araujo y sus nietos, quienes por fin conocerían al famoso tío abuelo.

 

En el tren le preguntaron qué le parecía el camino, a lo que contestó que las Cumbres de Maltrata se veían hermosas y cómo el país había avanzado mucho tras años de paz. También le preguntaron cuál era el objeto de su regreso, a lo que respondió: “Además del deseo muy natural de todo el que está lejos de su país, volver a él, el de vivir tranquilamente el poco tiempo que me queda de vida.” También declaró que volvía con una absoluta neutralidad política. En la estación Esperanza, en Puebla, el periodista Ángel Pola, en una muestra de olfato periodístico, lo fue a encontrar y a partir de allí no se le despegaría sino hasta llegar a la Ciudad de México. El mismo Pola le dijo que había recibido telegrama donde le avisaban que estudiantes lo esperaban en la estación de Buenavista para manifestarse en contra de su llegada, a lo que Márquez exclamó: “Pero, ¿por qué? ¡Si yo no vengo más que acabar mis últimos días!”.

 Fue ahí cuando Leonardo Márquez le narra así a Pola su salida del país: “Salí de México a caballo, acompañado de mi ayudante Rincón. Llevaba la cara, aquí donde tengo el balazo, muy hinchada, muy abultada. Encontré en la barranca a un grupo de caminantes. Yo creí que estaba perdido; pues no, me dijeron: ‘adiós, amigo’. Y yo les respondí: ‘adiós, amigos’. Y seguí mi camino. En Tehuacán, sin sentir, llegué a encontrarme entre soldados enemigos y escapé por mi sangre fría. Casi a la vista de ellos. De Veracruz salí con un trajecito azul. Se paseaba en el muelle el señor general Díaz; tomé la izquierda y bajé al bote que me aguardaba, y me alejé. ¡Creí entonces que para siempre!”.  

También le contó su vida en Cuba, así como la vez que se puso a las órdenes del capitán general de la isla, general Domingo Dulce, para pelear a favor de la Corona ante un movimiento separatista; Domingo Dulce le agradeció pero no lo llamó.

En la estación Huamantla decidieron cambiar el itinerario. Viajarían a Apizaco y después  a la capital Tlaxcala para posteriormente dirigirse a Texmelucan, y así llegar tres días después de lo planeado para evitar un recibimiento hostil.  Márquez le dijo a Pola que pagaría los gastos del viaje cuando llegaran a la capital, a lo que el periodista respondió que con su compañía bastaba. Estando en la estación Santa Ana, donde fueron objeto de miradas poco amigables, alguien tropezó con Márquez, y cuando éste le dijo que tuviera cuidado, el transeúnte le dijo: “Parece que lo conozco”, a lo que Márquez le dijo: “A ver, ¿quién soy?”. “Pues quién ha de ser usted: ¡el general Leonardo Márquez! Venga un abrazo, yo soy el coronel Gerardo Emilio Herrerías”, contestó.

Después de reconocerlo y del abrazo, se dirigieron con el secretario del Gobierno del estado para mostrarle el pasaporte firmado por el Cónsul de La Habana donde le autorizaba regresar al país. Allí Márquez tuvo que explicarle que estaba de paseo en la ciudad porque  tuvieron que cambiar el viaje debido a lo que pasaría en la capital del país si llegaban en la fecha programada inicialmente. Al día siguiente, el jefe local de los Rurales les dijo que todo estaba tranquilo, y cuando pasaron cerca de uan escolta le tercianron las armas, a lo que Márquez contestó con un pequeño toque marcial en su sombrero.

 Viajando de Tlaxcala a Puebla, y en una escala que hicieron al general Márquez exclamó: “¡Qué extraño! ¿Por qué tocan tanto las campanas aquí? ¿Qué no dicen que las Leyes de Reforma lo prohíben?”. En Puebla tomarían el tren al día siguiente para la Ciudad de México, y ya estando en el hotel donde pasarían la noche, Márquez seguía sorprendido de lo complicado del viaje para la capital, diciéndole a Pola que él ya no viene a hacer política, que el partido conservador ya no existe y que sólo quiere vivir y morir tranquilo. Al día siguiente, ya en el vagón de primera clase, le confiesa a Ángel Pola que de no  haber ocurrido la Revolución de Ayutla sería un ricachón de Huehuetoca (Estado de México), diciéndolo como una fatalidad de la vida.

 

Por fin llegan a la Ciudad de México, donde es recibido por su sobrino Román Araujo, que iba con sus pequeños, y por Victoriano Argüeros y el coronel Agustín Camacho. Se hospedaría en el Hotel Washington, que algunos llamaron el “hotel de la traición. Tres días después Pola lo volvió a visitar y le dijo que se sentía extranjero en su tierra, “todo es casi nuevo: las calles, las casas, el comercio. Entre los transeúntes no conozco a nadie; pero estoy muy contento. ¡Cuánto ha progresado mi país!”.

 

Al día siguiente de llegar el diario El Demócrata,  de José Ferrel, publicó que no sólo Pola había viajado con el general sino que además éste le había pagado todos los gastos al periodista. Pola dijo que recortó la nota y le pidió que que dijera la verdad. Márquez mandó a su sobrino con Pola para preguntarle cuánto le debía, a lo que éste respondió que no le cobraba nada pero que le exigiía caballerosamente que dijera la verdad. Según Pola, “Márquez guardó silencio absoluto. Así le conocí”. Sin embargo, lo que no contó Pola fue que periódico El Noticioso publicó una rectificación de Márquez al Demócrata, diario al que  tachaba de mentiroso. Ante la molestia de  Ferrel por tales declaraciones, Márquez le envió una carta aclarando que quien mentía era Pola.

 

A los meses de la llegada de Márquez al país, El Universal tuvo un cambio en su actitud hacia el general,  y diría que su regreso era significativo para el progreso del país y que con ello se superaba una etapa primitiva y se consolidaba un camino de ciencia y progreso. Refiriéndose incluso a Márquez y a Miramón como mexicanos extraordinarios. Así pues, pese a que Gutiérrez Najera había llamado delincuente al general conservador, éste se hallaba en México, cosa que Gutiérrez Nájera no pudo ver, ya que falleció el 3 de febrero de ese año.  El mismo diario describió que no volvía el Tigre de Tacubaya sino un hombre mayor que cargaba con “sus tristezas y sus remordimientos”, un viejo que quería morir en su patria. De este modo, El Universal quedó expuesto a la crítica por varios puntos. No sólo El Monitor Republicano cuestionó su cambio de actitud, sino que el mismo Márquez, no importando que tácitamente apoyara su regreso, se declaró inconforme con diversas partes del reportaje, desmintiéndolo de forma rotunda.

 

Años después, el periodista y escritor Ciro B. Ceballos recordaría el ambiente en el cual regresó Márquez: “Aquel viejecillo, octogenario casi, a quien todos miraban con insultante desprecio, era el famoso Leonardo Márquez, quien, después de padecer el ostracismo desde el año de 1867 en que escapó de ser fusilado, había obtenido permiso del Dictador para regresar a la patria. […] A su llegada los periodistas liberales, llamándole Tigre de Tacubaya, se arrojaron contra él con furibundez insensata, tirándole mordiscos como enfurecidos perros”. (1895. El regreso de Leonardo Márquez a través de la prensa, Arturo David Ríos Alejo, Tesis, Facultad de Filosfía y Letras, UNAM, 2014.)

 

Sus últimos días

 

Según Ángel Pola, para 1904 Márquez continuaba viviendo en el mismo hotel. “Su vida es de aislamiento. Sus amigos son muy contados; y a ninguno le habla de política ni de su pasado. Es madrugador. Todos los días oye misa en la iglesia de Santo Domingo. Da invariablemente un largo paseo a paso menudo y ligero, viste con elegancia y corrección, come muy bien; en fin, vive más que cómodamente. Suele ir al teatro, y cuando no, se recoge temprano”. (Los reportajes históricos, Ángel Pola. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) 2009, página 86).

 

Al estallar la revolución todavía se encontraba en la Ciudad de México. Poco después de que Porfirio Díaz sale del país en el Ypiranga en mayo de 1911, Leonardo Márquez decide irse de nuevo a La Habana, donde moriría el 5 de julio de 1913, siendo enterrado en el Cementerio Colón.

 

La figura del general Márquez siempre sucitó mucha polémica.  Tanto los leales al imperio como muchos liberales lo consideraron traidor;  sin embargo entre los mismos liberales había diferencias al respecto. Muchos creían que debió regresar a Querétaro  y estar al final con Maximiliano, así como hicieron Miramón y Mejía. Otros, en cambio, pensaban que la decisión de tomar Puebla era la correcta porque de haber ganado hubiera extendido unos meses más el imperio. Pero en lo que la mayoría coincide es  que la idea de Maximiliano de defenderse desde Querétaro, idea que le sugirió Miramón, era una locura; por tanto,  lo  que hizo Márquez no debía ser considerado traición.

 

El liberal Roberto A. Esteva escribió el 27 de septiembre de 1867, a los pocos meses del triunfo republicano, que “Márquez había sido doblemente traidor. Traidor a su patria y traidor a la causa imperialista. Si tuviera dos vidas, debería ser ahorcado dos veces: una por los republicanos, otra por los que reconocieron al Archiduque como Emperador”. Félix Zuloaga, quien también era conservador, dijo que “allí donde hay desolación y lágrimas, donde la barbarie se ha cebado en alguna víctima: por allí, sin duda, ha pasado el general don Leonardo Márquez”.

 

Al  final de sus días se mostró agradecido con quien le ayudó a volver a México: don Manuel Romero Rubio, quien murió el 3 de octubre de 1895, casi cinco meses después de su regreso. Todos los dias de Corpus Christi, Leonardo Márquez le dejaba una corona de flores en su tumba. Sin embargo, su imagen de traidor y asesino nunca se separará de él.

 

 

 Bibliografía:

 

-1895. El regreso de Leonardo märquez a través de la prensa, Arturo David Ríos Alejo, Tesis, Facultad de Filosfía y Letras, UNAM, 2014.

 

-“Los reportajes históricos”, ÁNGEL POLA, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), 2009.

 

 

 -"Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubayal" del autor Emmanuel Rodríguez Baca, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 110.

 


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¿Por qué existe El Gueto...?

Quienes cuentan la Historia siempre la han polarizado en buenos y malos, olvidando explicar por qué y cómo sucedieron los hechos, sacándolos de contexto y dando ninguna importancia a las razones que llevaron (u obligaron) a los personajes a actuar de cierta manera. El deseo de "El Gueto..." es presentar lo que se ha dejado de lado: los por qué, los cómo y las razones de la manera más objetiva posible para que TÚ saques tus propias conclusiones, y lo más importante: que TODOS entendamos cómo nos afectan.

Frases historicas

"Estas llaves, que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas a todo lo que pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del pueblo a quien represnta".
Palabras que pronunció Agustín de Iturbide al entregarle las llaves de la capital que le habían sido dadas por el alcalde de la Ciudad, don José Ignacio Ormaechea, a su entrada a la capital de la Nueva España comandando a 16,000 hombres el jueves 27 de septiembre de 1821.