Los felices años veinte del siglo pasado representaron una época entusiasta de producción y compra de bienes de consumo propios de una economía moderna. Los automóviles y los electrodomésticos básicamente fueron los motores del desarrollo comercial, así como también un mercado de valores que crecía con base en una acelerada especulación financiera que sólo creaba riqueza artificial. Se compraban acciones sin considerar bien los beneficios que las empresas que los habían emitido tenían, ya que se confiaba que seguirían subiendo. Por ejemplo, las acciones de Radio Corporation of America pasaron de 85 dólares en 1928 a 420 en 1929, esto sin haber repartido ningún beneficio. Se llegó a tal grado, que un profesor universitario comentó que él les decía a sus alumnos “que gasten todo lo que tienen, que pidan más en préstamo y que lo gasten. Ahorrar es insensato”. Y es que para la época, sobre todo en los Estados Unidos, la idea de que todo el mundo debía de invertir en la bolsa e ir capitalizando los beneficios era muy recurrente, de allí que los republicanos hicieran campaña con la frase: “Un pollo en cada cazuela y dos coches en cada garaje”. Incluso su candidato, el ingeniero en minas Herbet Hoover llegara a decir en campaña: “El mundo tiene ante sí la mayor era de expansión comercial de la historia”. De esta manera tanto los republicanos como su candidato anunciaban la desaparición de la pobreza, siendo esa la razón por la que ganaron tan abrumadoramente las elecciones, ya que les decían a su electorado lo que querían oír.
La burbuja se rompe
¿Cómo se infló la burbuja bursátil? Una gran parte de las operaciones especulativas se hacían a crédito: una pequeña parte de la compra se hacía en efectivo y los títulos adquiridos se usaban como garantía de un préstamo por el resto del título (que en muchas ocasiones eran los propios corredores los que los daban), y ese préstamo se pagaba en cuanto se vendieran las acciones. Y como todo el mundo estaba seguro de que las acciones compradas subirían de precio, se esperaba recuperar lo invertido y con eso pagar el préstamo, además de tener alguna ganancia. El problema radicaba en que esta forma de compra de acciones y préstamos se podía dar mientras los títulos comprados continuaran vendiéndose, ya que así las acciones subirían y en consecuencia habría ganancias. Sin embargo, esto tenía un enorme riesgo porque si las acciones compradas no subían de precio y no había ventas del título, los dueños de esos títulos se verían obligados a tener que vender sus acciones, con el consecuente desmoronamiento de las cotizaciones. Y eso fue exactamente lo que pasó en octubre de 1929.
Pero para que eso pasara se necesitaba una subida especulativa enorme, llegando en el verano de 1929 a su pico máximo. En esos meses los créditos que daban los corredores a los compradores aumentaban en cuatrocientos millones de dólares cada mes, y para septiembre se llegó a siete mil millones de dólares. La burbuja estaba a punto de reventar.
Aunque el furor bajó poco después, nadie vio, o quiso ver, que la caída de la bolsa era inminente. El jueves 24 de octubre de 1929 ocurrió el primer aviso. El conocido como “Jueves Negro” significó una caída del 9%, perdiéndose miles de millones de dólares y miles de especuladores terminaron arruinados, generando un inmenso pánico y una enorme desconfianza entre los grandes, medianos y pequeños accionistas. Pese a todo, se logró convencer a la población que esto era sólo temporal. Pero lo peor estaba a punto de llegar, y este se dio el martes 29 de octubre, sólo 3 días después. Ese día, la venta de más de 16 millones de acciones ante un mercado prácticamente inexistente evaporaron todas las ganancias del año y arruinaron a miles de especuladores (los primeros afectados), muchos de los cuales optaron por el suicidio; las consecuencias no tardaron en dejarse sentir en la población. Quebraron más de quince mil bancos, llevándose tristemente los ahorros de personas que habían sido prudentes y no entraron a la especulación, pero esos ahorros no sólo eran de personas, sino de empresas que tuvieron que cerrar ante la falta de liquidez y dejar a sus trabajadores desempleados (el paro de trabajadores llegó al 25%).
Como nadie tenía dinero para comprar, los precios de la comida cayeron, y los agricultores ante la imposibilidad de vender sus productos por un exceso de existencias, no fueron capaces de pagar sus créditos bancarios. Así pues, para los agricultores el costo de la vida y los productos que necesitaban para producir subían más rápido de lo que sus productos valían. Entre 1929 y 1932 sus productos cayeron un 50%.
Pero ya fuera por incapacidad para entender la magnitud de lo sucedido o porque comulgaba con las ideas de darwinismo social, ese que sostenía que una crisis limpiaba la economía al quitar a los más ineptos y débiles, Herbert Hoover rechazó dar estímulos económicos. Una parte de esa decisión se debía a que se seguía creyendo que la crisis sería breve y moderada, siendo esa la razón por lo que las medidas inicialmente tomadas fueron insuficientes. Si bien es cierto en 1930 apoyó con 45 millones de dólares a los agricultores de Arkansas para rescatar a su ganado de la sequía (sequía que asoló las grandes regiones agrícolas de las llamadas Grandes Llanuras), se negó a dar otros 25 millones a los mismos agricultores para comer.
Se vislumbra una salida
Como se vería con el tiempo, Herbert Hoover no estuvo a la altura de la crisis, ya fuera por insensibilidad, por sus ideas o por su incompetencia, lo cual lo llevó a no tomar las medidas necesarias para paliar la enorme crisis. Para 1931 se daba el lujo de decir que los estadounidenses habían sabido sortear las dificultades sin la ayuda del gobierno, incluyendo también el hambre y el frío. Era tanta su falta de comprensión de lo que pasaba que incluso aumentó los impuestos y no quiso reducir los gastos del gobierno, provocando que la crisis se agravara. Y no sólo agravó la situación económica sino también el malestar social. Como comenté anteriormente, los disturbios en Detroit provocaron muertos, enfrentándose además a la “marcha de los veteranos de guerra”, un reclamo de los veteranos de la Primera Guerra Mundial que terminó con una carga de caballería por parte de tropas dirigidas por el general Mac Arthur y sus comandantes Eisenhower y Patton, todos ellos héroes años después.
Todas estas situaciones ocasionaron que perdiera ampliamente las elecciones en 1932 con Franklin D. Roosevelt. Sin embargo, las cosas se recrudecieron en la espera del cambio de gobierno. Los indicadores económicos no mostraban avances y la desconfianza de la gente en el sistema bancario se volvió a generalizar, ocasionando que muchos retiraran sus ahorros de los bancos. Muchos gobiernos estatales decidieron inventar días festivos para así evitar otro colapso al ya golpeado sistema bancario. Sin bancos, el comercio y la industria se paralizaron. Cuando Roosevelt tomó posesión el 4 de marzo de 1933, la situación del país estaba al borde del colapso. En su toma de posesión, prometió que actuaría rápido y enérgicamente, y lo cumplió. Ese programa de medidas sería conocido como el New Deal.
Creó el Cuerpo Civil de Conservación, un programa dirigido especialmente a los jóvenes para darles empleo por 9 años y que benefició a más de tres millones de solteros de entre 17 y 20 años, a quienes se les dio alimento, hospedaje y vestido, con una paga mensual de 30 dólares, 25 de los cuales debería de enviar a sus familias.
Sacó el dólar del patrón oro, el sistema monetario que fijaba el valor de una moneda con base en una cantidad fija de oro y que por tanto no fluctuaba, además de que todo el circulante era el equivalente de las reservas de oro que el país tenía. Ese sistema daba muy poco margen de maniobra a los gobiernos en tiempos de crisis, por eso Roosevelt se salió de él. Aunque de inicio experimentó cierta inestabilidad, la decisión mostró ser la correcta y el país recuperó la confianza en los bancos cuando el gobierno garantizó su solvencia. Hizo una nueva ley agrícola que le daba subsidios a los agricultores para que redujeran su producción, además de establecer medidas sobre la competencia; reconoció derechos sindicales y destinó fondos a la obra pública, con lo que el desempleo bajó.
En junio de 1933, el Congreso aprobó la ley Glass-Steagall. Esa ley separaba las actividades de la banca comercial con la inversión, lo que impidió que los bancos especularan con los ahorros de sus clientes Todas estas decisiones acertadas permitieron un inicio de recuperación económica a finales de 1933 al aumentar el poder adquisitivo y por ende el consumo (la base del sistema estadounidense), aunque ese mismo año fue el peor en paro laboral: 13 millones, y el PIB fue un 30% más bajo que el de 1929. Las cosas mejoraron en 1934 aunque lentamente
Sin embargo, Roosevelt no estuvo exento de problemas, y estos se dieron con los sindicatos que, aprovechando que el gobierno buscaba reactivar la economía endurecieron sus posiciones, logrando triunfos significativos, como la huelga de brazos caídos a la General Motors entre diciembre de 1936 y febrero de 1937. También las leyes promulgadas por su gobierno que prohibía que tanto empleado como empleadores tuvieran prácticas laborales injustas, sentando la base de una nueva relación entre los trabajadores y los empresarios. Todas estas leyes también tuvieron sus detractores, muchos de ellos estaban convencidos que los estaba llevando al comunismo y se opusieron a su gobierno. Pero toda la propaganda en su contra no impidió que en 1936 arrasara nuevamente en las elecciones.
La afectación en Europa
Los Estados Unidos fueron los grandes ganadores de la Primera Guerra Mundial ya que se consolidaron como la nación más influyente, esto porque financió a gran parte de las naciones vencedoras. Esa necesidad de los europeos por productos estadounidenses les permitió exportar mucho más a Europa y acumular más oro. Sin embargo, si la crisis más fuerte en la Gran depresión se dio en los Estados Unidos, Europa sentiría los estragos tarde que temprano. Los primeros países en sentir los efectos de la crisis fueron Alemania y Austria con las quiebras del Kreditanstalt de Viena y Danat Bank alemán en mayo y junio de 1931 respectivamente. La quiebra del Danat Bank llevó a la disminución de las reservas del Reichsbank, el banco central alemán. Esto conllevó a que el canciller alemán Heinrich Brüning tomara medidas que a la postre resultaron erróneas, dando como resultado que la situación económica, que a penas se recuperaba de la crisis de casi una década antes, se cayera.
La crisis europea entró por Alemania. Después de salir de la hiperinflación de 1923, Alemania se estaba recuperando lentamente pero se estaba tardando en cubrir las reparaciones de guerra impuestas por los Aliados en el Tratado de Versalles de 1919, más específicamente a los franceses y los ingleses. Como Alemania no cubría su deuda, las otras naciones no le pagaban la deuda que habían adquirido con los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial. Así que los Estados Unidos decidieron prestarle dinero a Alemania para que ésta le pagara a sus acreedores y a su vez ellos a los estadounidenses. Sin embargo, con la crisis del 29, Alemania deja de pagarle a Francia y Gran Bretaña y estos a los Estados Unidos. Hoover se alarma y anuncia a una moratoria a los países europeos de un año a cambio de que ellos hagan lo mismo con Alemania. En 1932 y a instancias de la Sociedad de las Naciones, tuvo lugar una reunión en Lausana, Suiza, donde se acordó no exigirle a Alemania el pago de las reparaciones, así como la reducción de la deuda y darle la facilidad de liquidar en abonos hasta que su situación mejorara. El acuerdo estaba condicionado a que los Estados Unidos hicieran lo mismo con las naciones que le debían, cosa que no fue aceptada por Roosevelt, quien estaba mucho más preocupado por la situación interna estadounidense. Las negociaciones terminaron cuando Roosevelt sacó a los Estados Unidos del patrón oro. Para 1933 en Europa había un paro laboral de entre el 20 y 30 porciento.
Para la Gran Bretaña, la crisis del 29 no fue tan fuerte como otras naciones europeas ya que habían tenido su crisis en los años veinte, teniendo que salirse del patrón oro, devaluar la libra esterlina y fomentar el comercio dentro de la Commonwealth. Con la devaluación de su moneda las exportaciones subieron, y las importaciones de alimentos y materias primas también subieron aprovechando su bajo precio. Con precios de alimentos y materias primas bajos, los trabajadores no se vieron afectados porque sus salarios, que se mantuvieron estables, les alcanzaba para más debido a que el costo de vida bajó un tercio. Otro factor que ayudó fue que el gobierno comenzó a rearmarse y por ende la industria siderúrgica se reactivó, y al haber más empleos también aumentaron las construcciones de viviendas, de cines, el consumo eléctrico subió, así como la producción de autos. Todo en el marco de una estabilidad política.
En Francia, en cambio, la crisis se dio en medio de escándalos de corrupción del gobierno y la radicalización de la derecha, lo que condujo a inestabilidad política. Cuando el 6 de febrero de 1934 un grupo de ultraderecha intentó tomar la cámara de diputados, se armó un enorme alboroto que tuvo como resultado unos 20 muertos y cientos de heridos. La consecuencia fue la salida de Édouard Dalidier y la llegada de Gaston Doumergue, más inclinado a la izquierda. Pero los problemas no terminaron allí. Dos años después, el 13 de febrero de 1936, el político socialista León Blum es atacado por un grupo de la derecha que casi le causa la muerte. Las elecciones de mayo y junio de 1936 llevaron al poder a Blum, que formó un gobierno de izquierda. Las medidas para paliar la crisis consistieron instituir la semana laboral de 40 horas (5 días de 8 horas), unas reformas al Banco de Francia, la nacionalización de las industrias de guerra y la devaluación del franco, siendo esta la medida más polémica porque ocasionó la subida de precios, reduciendo el poder adquisitivo de los trabajadores, a los cuales ya no les servía el aumento de sueldo.
Pero Blum no quiso ir más allá y detuvo las reformas. Pero para compensar le regaló a los especuladores un empréstito con garantía de cambio, lo que significaba que no tendían pérdidas en caso de que el franco perdiera su valor de nuevo. Pero una represión con algunos muertos y heridos en 1937 propició la caída de Blum, cediéndole el poder a Daladier, que lo primero que hizo fue derogar las 40 horas semanales, suprimir las huelgas e iniciar un programa de rearme. Un año después el gobierno decidió que se tenía que regresar al liberalismo puro, obviamente en beneficio de los empresarios, entre ellos Luois Renault, quien se enfrascó en una guerra contra los sindicatos. También hubo que devaluar el franco para aumentar las exportaciones, crear la Oficina del Trigo para regular los precios de los agricultores. Sin embargo, para 1937, la producción industrial era un 16% menor a la de 1929. En conclusión, la política económica francesa si bien es cierto reactivó la economía, fue en claro detrimento de la clase trabajadora, y sólo el rearme comenzado en 1938 mejoró las cosas.
En Italia, la llegada de Mussolini cambió la forma de llevar la economía, asumiendo el Estado las riendas de ella en vez de los empresarios. Se creó el Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI) para rescatar algunas empresas del Estado para, ya saneadas, devolvérselas a los empresarios. Únicamente que estos sólo aceptaron las más rentables, dejando las demás en una sociedad mixta entre gobierno y empresarios, teniendo a finales de 1933 una quinta parte de las sociedades anónimas italianas. Para 1937 se institucionalizó ese formato. La invasión a Etiopía, que comenzó en octubre de 1935, alivió la crisis porque el gobierno gastaría más. Pese al rechazo generalizado por una invasión sin previa declaración de guerra, Italia cometió una gran cantidad de atrocidades y logró conquistarla junto con Somalia y Eritrea.
En España, la crisis del 29 le cayó a un gobierno de derecha recién llegado al poder, y que frenó las exitosas políticas reformistas de la Segunda República, ganadores en abril de 1933 y de corte izquierdista. El gobierno detonó preocupación cuando se alió a la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA), de corte fascista y que buscaba suprimir la democracia, aumentando más la división en el país. Una fallida intentona por parte de la izquierda para tomar el poder en 1934, sólo afianzó al gobierno. Sin embargo, en febrero de 1936, la victoria del Frente Popular, de corte más moderado, buscó restituir las reformas de 1931-33, pero el inicio de la Guerra Civil por parte de fuerzas de la derecha y un sector considerable del ejército, frustró esa tentativa.
En la mayoría de las naciones europeas la respuesta a la crisis económica fue la instalación y consolidación de gobiernos autoritarios. Polonia, Yugoslavia, Portugal, Austria, Estonia y Grecia son un ejemplo de ello.
La Unión Soviética y Alemania
La revolución rusa iniciada en 1917 por Lenin tuvo distintas fases. En 1918 y todavía como Rusia, lo primero que se hizo fue aplicar el “comunismo de guerra”, esto es, que el Estado gestionaría totalmente la economía para mantener a las ciudades y al Ejército Rojo, este ultimo vital para la consolidación del comunismo y la formación de la Unión Soviética en 1922. Después de un impulsar la industrialización y un breve periodo de capitalismo totalmente necesario llamado Nueva Política Económica, para 1927 el nivel de vida en la Unión Soviética era inferior a la época zarista; los alimentos se racionaban y la comida era escasa. En ese marco fue que Stalin comenzó una de las primeras purgas usando el eufemismo “medidas extraordinarias”, y que buscaba darle un giro la política económica imperante. Stalin estaba convencido que para que la URSS subiera su industrialización era necesario exprimir a los campesinos, sacrificarlos de algún modo, y para ello ideó la colectivización. El argumento era que ante el abandono del cultivo y acaparamiento de las cosechas, era indispensable acabar con los acaparadores.
Debido a que todavía existían grandes agricultores particulares, Stalin arrestó a muchos de ellos y obligó a los campesinos a venderle al gobierno todo el cereal almacenado que éstos estaban guardando para cuando subiera de precio. Sin embargo, la colectivización fue violenta y mal hecha. Como se obligaba a los campesinos a unirse a las granjas colectivas, lo único que propició fue que en 1930 la siembra de ese año estuviera bajo riesgo. El problema con la colectivización era que todos los campesinos debían dar todos sus recursos a las granjas sin tomar en cuenta que muchos de ellos conocían mejor los terrenos y los tiempos de la siembra, pero todos debían cumplir una cuota, y el fracaso de la cosecha de 1931 lo confirmó.
En 1932 nuevamente hubo mala cosecha y para 1933 se presentó una gran hambruna que costó millones de muertos especialmente en Ucrania (se calcula que fueron entre 3 y 4 millones y a este periodo se le conoce como Holodomor, término que viene de dos palabras ucranianas, “hólod”, hambre, y “mor”, exterminio). Los campesinos tuvieron que comerse su propio ganado para sobrevivir, aunque en muchos casos el Estado soviético no les permitió siquiera eso, ya que lo primordial era cumplir la cuota aún a costa de sus vidas. Todo para mantener el ritmo de exportaciones del cereal que capitalizaban al gobierno y así mostraban el éxito de las URSS.
En el plano industrial, el primer plan quinquenal se forzó tanto que se buscó que la cuota de producción se cumpliera en 4 años en vez de 5. Con un objetivo tan desmedido fue imposible llegar a la meta, aunque todos esos esfuerzos rindieron su fruto años después, ya que toda esa industrialización fue el soporte durante la Segunda Guerra Mundial.
En Alemania, después de la hiperinflación de 1923, la economía en la República del Weimar se fue estabilizando. Sin embargo, entre 1929 y 1932 el número de desempleados fue de más de cinco millones, propiciando que el partido nazi, con un discurso muy nacionalista, fuera escalando diputados. En las elecciones de 1932 los nazis lograron 230 diputados, más del doble que en 1930. Al ser un régimen parlamentario, era necesario que llegar a acuerdos para formar un gobierno, y para ello era necesaria la colaboración de los nazis. Sin embargo, estos no estaban dispuestos a cooperar. Con un parlamento divido, la opción que se empezó a diseñar fue una unión de militares y políticos de derecha que tendrían a Hitler como su canciller, pero que al ser todavía minoría, sería controlable (por lo menos eso pensaban). Pero los nazis adquirieron dos carteras fundamentales: Wilelm Frick como ministro del interior y Hermann Göring encargado del gobierno de Prusia, el más importante en Alemania.
Después de una serie de maniobras políticas, a la avanzada edad de von Hindenburg (con quien compartía el poder Hitler y el cuál supuestamente sería un contrapeso) y aprovechando los desacuerdos de los otros partidos (para muchos, fueron los comunistas y socialistas los que le permitieron llegar al poder a Hitler porque siempre estuvieron divididos), el 23 de marzo de 1933 toma el control absoluto de Alemania. La forma como Hitler combatió el paro del 30% fue mediante obras públicas como hacer carreteras, producir motores y sobre todo rearmarse (cosa prohibida por el Tratado de Versalles). A pesar de que se dice que fue Hjalmar Schacht, ministro de Hacienda, el genio detrás de la reactivación económica, en realidad fue gracias al diseño y financiación de Günther Gereke, quien desarrolló el plan de obras públicas.
¿Cómo fue posible la financiación de un programa tan ambicioso? Básicamente por medio del endeudamiento interno. ¿De qué forma controlaron la inflación pese al enorme endeudamiento? Por medio de los llamados bonos MEFO. La MEFO fue una empresa fantasma que no producía nada pero que tenía un capital de un millón de marcos que fueron aportados por empresas metalúrgicas. Como a las empresas que apoyaban el rearme se les pagaba con pagarés emitidos por MEFO pero garantizados por el Estado, así el gobierno no se endeudaba, y esos pagarés se convirtieron en una moneda paralela al Reichsmark pero únicamente usada en el sector del rearme. El Reichsbank cambiaba esos pagarés por efectivo a tasas muy bajas, lo que permitía no llenar al sistema financiero de efectivo que sólo causaría inflación. Toda esta operación se mantuvo en secreto. Hay que sumarle que al no haber sindicatos, prohibidos por los nazis, se pudo mantener un control de sueldos, así como un control de precios. Todo eso hizo que Alemania saliera rápidamente de la crisis del 29.
El mundo se recupera
Pese a todos los esfuerzos de los países por paliar o detener el crack de la bolsa en 1929, en realidad, y por irónico que parezca, fue el rearme alemán y la consecuente Segunda Guerra Mundial lo que permitió que la economía estadounidense, y la de muchos países, prosperara. A pesar del aislacionismo de Roosevelt, este entendía lo que pasaba en el mundo y se fue preparando para la eventualidad de la guerra. Superada la crisis, los Estados Unidos volvieron a basar su economía en el consumo.
La crisis del 29 renovó el debate sobre el liberalismo económico tal y como se planteó en el siglo XIX, mostrando así la importancia de que el Estado se involucrara más, porque fue evidente que el mercado no se regulaba solo. Lamentablemente y pese al desarrollo en la década de los cincuentas, ni los políticos ni los economistas aprendieron gran cosa de la Gran Depresión, algo que se pudo ver muchos años después.
Bibliografía
“El siglo de la revolución”, Josep Fontana. Crítica, 2018.
“La gran Depresión. América en sus horas más bajas”, Javier Moncayo. Historia y Vida, número 458.
“La Gran Depresión. Primera crisis mundial del capitalismo”, Ángel Bahamonde. La Aventura de la Historia, número 127.
“Hambruna Roja. La guerra de Stalin contra Ucrania”, Anne Applebaum. Debolsillo, 2019.
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