Corría el año de 1798 en una Francia
en donde gobernaba el Directorio, ese grupo colegiado que hacía cuatro años
mandaba en el país y que se había caracterizado por corrupción, golpes de
Estado e insurrecciones que habían minado enormemente su popularidad. En ese
entorno difícil, dada la inestabilidad reinante, un joven de 28 años tenía que
tener encasillado su caballo siempre por si tenía que huir a toda prisa. Era
muy delgado, tenía carisma y había sido sumamente exitoso en unas campañas en
Italia; ese éxito lo había hecho muy
popular, tanto que él solo tenía toda la popularidad que el Directorio junto no
podía tener, lo cual lo hacia ambicioso y con grandes sueños de gloria. Él
mismo había dicho en cierta ocasión con
referencia al Directorio “que debería derrocarlos y proclamarme rey. Pero aun
no es el momento. Estaría solo”. ¿Su nombre? Napoleón Bonaparte.
Esa popularidad lo hacía objeto de
recelos por los miembros del Directorio, que no hallaban la forma de alejarle
de los círculos donde pudiera conspirar y tomar el poder. Era necesario
buscarle algo en qué entretenerse, y de preferencia lo más lejos posible.
Destino:
Egipto
Francia estaba rodeada todavía por enemigos muy poderosos que representaban
un peligro para la Revolución, por ende era necesario minarlos para que el
Estado francés pudiera seguir existiendo. La mayor amenaza era la Gran Bretaña,
por ese entonces la mayor potencia del mundo. Se presentaron varios planes para
reducir a la Gran Bretaña, entre ellos la de la invasión a la isla, cosa que
desechó Bonaparte por la gran superioridad naval británica. Sin embargo surgió
una idea que parecía muy descabellada pero que tenía mucho sentido. Ésta
consistía en cortarle los suministros que recibía de sus colonias en la India,
materias que eran muy valiosas dado que al haber perdido a las trece colonias
su economía se vio gravemente debilitada.
Napoleón pensaba que al conquistar
Egipto y Siria, que para entonces era colonia del imperio otomano, se
estrangularía económicamente a la Gran Bretaña y de paso Francia podría
convertir a Egipto en su colonia y de allí expandir los dominios franceses. La idea contó con el apoyo de Talleyrand,
ministro de Asuntos Exteriores del Directorio, pese a lo arriesgado del plan
por la supremacía naval británica y porque éste controlaba el Mediterráneo.
Así, el órgano ejecutivo aceptó el proyecto, siendo el general asignado a la
misión Napoleón.
Contaba con un ejército de
40,000 hombres, más de cincuenta navíos de guerra, 280 barcos para el
transporte de las tropas, a los mejores generales de la época como Kléber,
Desaix, Berthier, Lannes y Murat, además de 154 científicos (algunos dicen que
167) que tenían el objetivo de llevar los adelantos de la ilustración a un
pueblo casi medieval y de paso realizar estudios que servirían para incrementar
el patrimonio científico, hacer estudios de la historia de Egipto y de la
situación presente en el país. Obviamente estos estudios redundarían en
prestigio para el corso.
¿Pero que motivó a Napoleón a
embarcase en ese proyecto? Sin duda alguna el prestigio y la fama que le
redundaría y que evidentemente ayudaban a sus ambiciones de poder. Era claro
que no quería que la popularidad por los éxitos de la campaña de Italia
bajaran. Pero también había una especie
de renacimiento del exotismo oriental que se popularizó con obras como El viaje
a Egipto y Siria de Constantine Volney, publicada en 1794, y que en su momento
fue la mejor fuente de consulta sobre Egipto. Bonaparte conoció a Volney,
seguramente antes del viaje, pero no hizo caso a la advertencia dada por éste
en el libro donde decía que “si los franceses se atreviesen a desembarcar allí,
turcos, árabes y campesinos se armarían contra ellos. El fanatismo ocuparía el
lugar de la habilidad y el coraje”.
El ejército de Napoleón partió el 18 de mayo de 1798 del puerto de Tolón sin
que se supiera exactamente a dónde se dirigían ya que primeramente se dijo que
iban Sicilia, donde gobernaban los Borbones que eran aliados de Gran Bretaña.
También se dijo que iban a Irlanda, siendo esta una estratagema para despistar
a los británicos.
Hicieron escala en Malta por una
semana, tiempo suficiente para que Napoleón venciera a la orden de San Juan de
Jerusalén y le arrebatara el control de la isla. Pero el corso no fue el único
activo, ya que en cuanto supo el almirante británico Horacio Nelson de la caída de Malta movilizó a la flota que
se encontraba en Gibraltar para interceptar a los franceses, llegando hasta
Creta donde no pudo verlos debido a que era de noche. Nelson supuso
acertadamente que el destino francés era Alejandría y se puso en camino, pero
al no encontrar rastros de Napoleón decidió sólo patrullar el Mediterráneo
oriental hasta dar con él, cosa que no logró. Esta fue la razón por la que
Napoleón sin contratiempo alguno, aunque
sí con un mar embravecido, desembarcó el
1 de julio de 1798 en legendaria Alejandría.
El difícil
Egipto
Aunque oficialmente los turcos
detentaban esa región, en realidad eran los mamelucos los verdaderos
gobernantes. Su nombre significa “esclavo blanco” y eran una casta de guerreros
mercenarios establecidos durante siglos en el país y la cual le enviaba tributo anual al sultán en
Estambul, pero que gozaban de total independencia para gobernar al país a su
gusto. Tenían dividido al país en 24 regiones y cada una de ellas era
controlada por un bey; nueve de ellos formaban un Diwan.
La defensa de la ciudad era verdaderamente
paupérrima ya que sólo se reducía a murallas ruinosas, veinte jinetes
mamelucos, quinientos infantes egipcios y un par de cañones, además de muy poca
pólvora. Pese lo reducido de las defensas mamelucas, eso no significó que no
hubieran habido pequeños combates. El general Menou recibió siete herida al
intentar cruzar las murallas, pero al final Napoleón tomó la ciudad, allí
Bonaparte ofreció una rendición pactada y liberó a setecientos esclavos árabes
que procedían de Malta. Esa actitud del corso le ayudó a que otras poblaciones,
como Rosseta, se rindieran sin luchar y que incluso expulsaran a los odiados
mamelucos de sus regiones.
Napoleón encargó al general Kléber
ocupar el delta del río Nilo para proteger a la escuadra que se fondeaba en
Abukir. La intención de Napoleón era ocupar los más rápido posible Egipto
porque sabía que los ingleses no tardarían llegar; por eso trasladó sus tropas
a El Cairo y los barcos pequeños fueron usados en el Nilo para darle apoyo
logístico y artillera a la tropa. Sin embargo el viaje fue verdaderamente un
vía crucis. Las elevadas temperaturas, la falta de agua y el hostigamiento de
los mamelucos y beduinos hicieron sumamente difícil el viaje. Un general
escribiría a un amigo: “Jamás lograría describirte el horrible país que fuimos
a conquistar”. Fue tal la falta de agua
que algunos soldados se suicidaron por ello. Además, en El Cairo, la gran
autoridad religiosa del país (el gran mutfi) publicó una sentencia en la que
llamaba a todos los verdaderos musulmanes a combatir a los invasores infieles.
Hecho esto, las aldeas no fueron amables con las tropas napoleónicas.
El día 12 de julio, en Shubrakhit, a
130 kilómetros al sur de El Cairo, se desarrolló la primera batalla importante
contra el caudillo mameluco Murad Bey que, sin embargo, demostró la poca
capacidad de las tropas mamelucas frente a las muy disciplinadas tropas
francesas de infantería que formaban cuadros erizos con las bayonetas. Los
diestros jinetes mamelucos, con sus carabinas que disparaban al galope con cierta
precisión, sus dos pistolas y las muy afiladas cimitarras (que podían cortar a
un hombre en dos) no fueron suficientes para detener el avance del invasor.
La batalla
de las pirámides
De esta forma bautizó Napoleón ese
enfrentamiento realizado el 21 de julio en El Cairo ante, de nueva cuenta,
Murad Bey, quien ahora contaba con el apoyo de su hermano Ibrahim. Las tropas
mamelucas contaban con 40000 hombres y fueron colocadas haciendo una especie de
media luna de 15 kilómetros junto al río, y colocando tropas en ambos
lados. Napoleón contaba con 21000
hombres que había dividido en seis divisiones de unos 3000; 1500 de caballería
y mil de artillería que contaban con 40 piezas. Las divisiones francesas
avanzaron en fila y lejos del alcance mameluco para después sobrepasar el
flanco derecho y alcanzar el río Nilo y allí, Murad Bey mando cargar al ver que
las tropas francesas le intentaban cortar sus líneas, pero esa maniobra fue
irresponsable ya que cargó más allá del alcance de su propia artillería.
Entonces Napoleón ordenó a sus hombres que formaran cuadros en pie de tierra a
manera de fortines. Las tropas mamelucas cargaron una y otra vez pero sin
éxito, ya que las tropas napoleónicas eran sumamente disciplinadas, tenían
mejor armamento y mayor experiencia en combate, cosa contraria a los mamelucos
que sólo tenían en su favor la excelencia de sus jinetes.
Ibrahim intentó reorganizar a sus
hombres pero la carga de Desaix provocó una desbandada. Murad huyó con 3000 a
Giza y el alto de Egipto; su hermano Ibrahim hizo lo mismo pero rumbo a Siria
con 1500 hombres. Así pues, en cuestión de unas horas, Napoleón había vencido.
El éxito del corso consistió en cómo acomodó a sus tropas, ya que éstas fueron
formadas mezclando las formaciones de las falanges griegas y romanas y
adaptándolas al momento. De esta forma se salió de lo convencional de la época
y sorprendió a los mamelucos.
La historia cuenta que Napoleón
alentó sus hombres antes del combate,
con las pirámides al fondo, con las siguientes palabras: “Desde lo alto de
estas pirámides, cuarenta siglos los contemplan”. De esa forma Napoleón rompió
de tajo con siete siglos de poder mameluco en Egipto.
El amo de
Egipto
El corso entró a El Cairo y se
encontró a una ciudad de 250 mil habitantes, caótica y deprimida. Calles
estrechas, sucias, sus edificios eran semejantes mazmorras, las tiendas parecían establos y el
aire estaba lleno de polvo y hedor de basura. Pero Napoleón hizo lo que en
muchos siglos no habían hecho los turcos: mejorar notablemente la ciudad. Mandó
construir hospitales, exterminó a jaurías de perros, organizó el sistema de
recolección de basura e introdujo el alumbrado público. También, para ganarse
la simpatía de los musulmanes hizo una proclama en la que alababa los preceptos
islámicos y hasta llegó a ponerse un vestido árabe. También promulgó leyes para
acabar con la esclavitud, el feudalismo y de esa forma preservar el derecho de
los ciudadanos (hay que recordar que la revolución francesa cambió el estatus
de las personas de súbditos a ciudadanos).
Es de notarse que en sus proclamas se usó una imprenta de tipos móviles
con caracteres árabes que había sido confiscada al papa y fue la primera en
usarse en ese país.
Pese a ello, los egipcios no veían
con buenos ojos a las tropas francesas de quienes recelaban enormemente porque
las veían cómo una fuerza de ocupación infiel que minaba las tradiciones islámicas;
ese recelo aumentó cuando impuso un nuevo
impuesto sobre la propiedad, levantó un censo para que todos pagaran
impuestos, multó fuertemente a los que no respetaban las nuevas normas urbanas
de alumbrado público y limpieza, así como excesos en materia de represión,
pillaje y violaciones. Por ello no sorprende que cuando el sultán otomano llamó
a la guerra santa, estalló una revuelta que caza de europeos. La respuesta del
corso fue contundente: cañoneó la ciudad, saqueó la mezquita de Al-Azhar y
decapitó a ochenta cabecillas de la revuelta.
Napoleón tenía el control del país,
pero las cosas distaban de estar tranquilas. Los británicos al mando de Horacio
Nelson sorprendió a la flotan francesa en Abukir. El almirante francés Brueys
d’ Arguiller comandaba a trece navíos de línea, uno de 120 cañones llamado
Oriente, tres de 80 y nueve de 74 más fragatas. Nelson en cambio tenía 14
navíos de línea, trece de 74 cañones y uno de 50. La táctica de Brueys
consistió en alinear en paralelo los barcos a la costa para dejar a fuego
enemigo sólo un lado de su flota, pero con el inconveniente de sólo usar la
mitad de sus cañones.
Nelson al ver la forma como se acomodó
Francia lanzó un ataque sobre el flanco izquierdo provocando que cada barco francés estuviera
en medio de dos británicos. Después de sobrepasar esa línea se lanzó sobre el
flanco débil y se deshizo de un en uno. El viento impidió que los arcos disponibles
de Brueys acudieran en ayuda de los atacados, y así, los barcos Orient, de
Brueys y el Guillermo Tell , de Villeneuve, quedaran fuera de la batalla. La
derrota se dio en sólo tres horas, con el resultado de 1700 muertos (entre
ellos el mismo Brueys), 600 heridos y 3000 franceses hechos prisioneros. En
cambio, las tropas británicas fueron de 218 muertos y 677 heridos. Después de
la victoria Nelson se embarcó a Nápoles donde mandó el despacho a Londres, pero
las noticias de la victoria se tardaron en llegar debido a que el barco
inglés que llevaba las noticias fue
capturado por uno francés.
El
complicado Medio Oriente
Napoleón tenía pese a la derrota el
control de Egipto: Kléber dominaba el delta del Nilo, Manou tomó el puerto de
Rosseta, Desais perseguía a los mamelucos en el Alto Egipto y los científicos
que llevó exploraban Asuán, Tebas, Luxor y Karnak. Pero el control era
relativo. Una sangrienta sublevación egipcia propició la muerte de 300
franceses, y fue fuertemente combatida por el corso, terminó cuando Napoleón
apuntó sus cañones a la mezquita de El-Azhar. Pero la situación distaba de
estar controlada, ya que el pillaje, las violaciones, las ejecuciones masivas
sólo lograron que el odio hacía los egipcios aumentara, pero no sólo a ellos, también
se extendió a sus aliados y a los cristianos coptos y ortodoxos. A pesar de que
no podía recibir suministros de la metrópoli,
Napoleón no pensaba el cambiar el plan original, esto debido a que su
ejército estaba prácticamente intacto, así que en febrero de 1799 emprendió el
viaje a Siria para de allí dirigirse a la India para conquistarla, donde calculaba llegaría en la primavera de
1800.
Contaba con 13000 hombres y
atravesaría el desierto del Sinaí para acabar de una vez por todas con Djezzar
Pacha, quien estaba reclutando hombres para reconquistar Egipto. Pero la
travesía por el desierto fue durísima. Muchos murieron de sed y otros se
suicidaron volándose la tapa de los sesos por la desesperación. Uno de ellos
diría más tarde que “los soldados, aplastados por el peso del equipaje, las
armas, el agua y las provisiones, se arrastraban con dificultad por las arenas
ardientes”. Cuando por fin llegaron a El-Alrich, la tomaron en diez días, pero
cuando capituló la ciudad, fue saqueada en su totalidad en una flagrante violación francesa.
Ahora se dirigieron a Jaffa, donde se
encontraron con una fuerte resistencia otomana que retrasó sus planes. Después
de su toma, se encontraron con los soldados que habían dejado libres en El-Alrich, y quienes habían prometido no
volver a tomar las armas contra Francia. Allí los soldados se ensañaron con la
población, tanto que según un médico que iba con la tropa escribió que “los
soldados cortaron las gargantas de los hombres, mujeres, viejos y jóvenes,
cristianos y turcos”. Una epidemia de cólera diezmó a partes del ejército
francés. En esa ciudad Napoleón tomó una de las decisiones que más se le ha
cuestionado: ejecutó a 3000 prisioneros turcos a quienes no podía alimentar,
pero tampoco liberar
Después de la toma de Haifa sin
resistencia alguna, napoleón se dirigió a emblemático San Juan de Acre, viejo
fortín de los cruzados. En la ciudad se encontraron de nuevo con los hombres de
Djezzar Pachá quienes le ofrecieron gran resistencia apoyados por los
suministros que le enviaban los británicos. Napoleón ordenó catorce asaltos a
la ciudad, siendo todos infructuosos. En esa ciudad Djezzer, a quien llamaban
el Carnicero, masacró a todos los
cristianos de la ciudad y los lanzó en cajas al mar, llegando éstos al
campamento francés. Fueron tales las pérdidas francesas que los soldados se
negaron a escalar las brechas “sobre los cadáveres putrefactos de sus
compañeros insepultos”. Finalmente abrieron brecha en los muros y la tomaron,
no sin antes haber masacrado a todos los defensores. Después de su toma,
Napoleón decidió que tendría que regresar debido a que la campaña estaba
resultando más complicada de lo previsto.
Napoleón no era un hombre de un solo
avance. Mientras asediaba Acre, desplegó distintas unidades por Palestina para
controlar los puntos vitales de la región. Así, Junot tomó Nazaret, pero tuvo
que retirarse debido a que Kléber estaba sitiado en el monte Tabor. Entre los dos contingentes sumaban 2000
hombres frente a 25000 árabes, así que de poco servía la ayuda. Fueron seis
horas las que resistieron valientemente los ataques, y cuando todo parecía
perdido, Napoleón llegó con su caballería y cañones y en media hora resolvió el asunto.
El triste
regreso
Fue sumamente duro el viaje de vuelta
a El Cairo. La falta de agua, el hostigamiento continuo de partidas árabes y
los enfermos de peste, dificultaron las cosas. Fue tal la complicación que
Napoleón ordenó que los soldados heridos en combate y los que tenían peste
fueran abandonados. Un testigo relata que “por toda la ruta había víctimas de
la peste, derribadas por el suelo, la mochila en su espalda, suplicando a los
que pasaban a su lado ayuda para seguir en el ejército”. Tuvo que abandonar a
una treintena de hombres durante le camino. En Jaffa ordenó que los franceses
apestados permanecieran en un hospital donde se les daría una dosis extra de
opio para matarlos. Napoleón perdería aproximadamente a 5000 hombres en esa
parte de la campaña.
Ya en El Cairo se convenció de la
idea de conquistar la India y de esa forma cortar un suministro importantísimo
de los británicos era imposible. Pero las cosas en Egipto no eran ni
remotamente tranquilas. Los excesivos impuestos molestaron a los agricultores,
las posiciones francesas diseminadas en todo el territorio eran constantemente
atacadas por partidas mamelucas que dificultaban la comunicación. Napoleón, un
excelente propagandista, organizó una entrada triunfal multitudinario en El
Cairo el 14 de junio de 1799, mientras en sus tropas había conatos de motín, y
era abucheado e insultado por sus propios hombres.
Aunado a esto, se organizaba en
Europa una Segunda Coalición contra Francia, que se encontraba desgastada por
tantas tensiones internas. Napoleón sabía que la campaña ya era un fracaso y
nada bueno sacaría de ella. Lejos de la metrópoli, temió quedar fuera del nuevo
reparto del poder. Decidió regresar los más pronto posible, pero ahora la
cuestión era cómo hacerlo. Mientras lo decidía, se enteró que Nelson atacaba a
sus tropas en Abukir, y un contingente de 15000 hombres bajo las órdenes de
Mustafa Pachá aniquilaron al batallón del general Marmont. Mandó a 300 hombres
que murieron también. Murat logró sembrar el pánico entre las tropas de Pachá
con su caballería, logrando una victoria que les daba un ligero respiro, pero era
claro que situación no era nada buena: seguían parado sin poder irse a Francia,
una flota española de veintiún buques que tenía la orden de ayudarlo fue
bloqueada por los británicos. Y para colmo de males, los rusos se habían puesto
del lado inglés y turco y ayudaron en el bloqueo. Sintiéndose sin escaparía
ordenó que todas tropas diseminadas por Egipto se reagruparan en un mismo punto
para ser repatriadas. Pero antes había que recuperar Abukir.
En cuanto tuvo a sus tropas juntas,
mandó un ataque. Ubicó a las tropas de Lannesen el flanco derecho, a Kléber en
el centro, a Desaix y Murat por la izquierda y dejó a Davounot como reserva.
Empezado el ataque con artillería logró que tanto los británicos como los
turcos se retiraran, ordenando la carga de Desaix y murat, quienes fueron
repelidos por una resistencia a ultranza de los turcos, cosa que no esperaba. Mientras
discutía con Desaix qué hacer, el pachá salió con sus hombres y ordenó que
decapitaran a cualquier francés vivo, muerto o herido. El resultado fue que la
ira de los franceses se desató, cargando a bayoneta calada y en desorden, pero
con una rabia desbordada que logró, no sin antes una enorme resistencia turca,
tomar Abukir. Terminado el combate, Murat le cortó de un sablazo tres dedos al
pachá, no sin antes advertirle que si volvía a cercenar a sus hombres él le
cortaría partes más importantes de su cuerpo.
Napoleón estaba desesperado por
volver, así que le entregó el mando a Kléber y se embarcó a Francia con sus
mejores generales y en la fragata Miuron, logrando evadir el bloqueo británico y
logrando llegar el 9 de octubre de 1799 a su destino. Algunas fuentes afirman
que ni siquiera se despidió de Kléber para no escuchar sus reproches. Kléber
resistió hasta donde pudo, llegando incluso a derrotar a los otomanos en
Heliópolis con un ejército desmotivado por la traición de su general en jefe,
minado por el cólera y sin municiones suficientes. Recuperó El Cairo donde fue
sumamente represivo, pero murió asesinado por un joven musulmán llamado Solayman
al-Halabi. Le sucedió en el cargo el pintoresco general Menou, quien se había
casado con una egipcia y se había vuelto al islam, pero que quería hacer de
Egipto un estado independiente, pero sólo consiguiendo capitular en 1801.
La victoria
de Napoleón
En noviembre de 1799, el 18 brumario
según el calendario revolucionario, Napoleón daba el golpe de estado al
Directorio, y terminaba con él para
siempre, erigiéndose cómo el amo de
Francia. Pero, ¿qué lo motivó a embarcarse en esa frustrada campaña? Los historiadores
no se ponen de acuerdo, ya que algunos sostienen que el plan sí pudo haber sido
plausible. Otros, en cambio, sostienen que en realidad lo único que ansiaba
Napoleón era emular a Alejandro Magno y de esa forma incrementar su
popularidad. Haya sido cualesquiera de las razones, los británicos sí se
tomaron en serio el plan. Nelson escribió que “Si deja atrás Sicilia, creo que
su plan de conquistar Alejandría y enviar tropas a la India, un plan que de
ningún caso es tan inconcebible como se pudiera imaginara simple vista”
El gobierno francés había previsto
que desde las islas de Reunión y Mauricio, en Índico, recogieran a tropas
francesas en Suez para de allí llevarlas a la India. Napoleón les llegó a
escribir varias cartas a los príncipes indios en guerra con los británicos, que
llegaría un ejército invencible. También
se pensó en una marcha terrestre desde Siria hasta la India por Persia,
emulando a Alejandro Magno. Años después, ya en exilio en Santa Elena, Napoleón
diría: “Mirad qué podría haber sucedido si hubiese ganado. Podría haber seguido
con la construcción de un imperio en Oriente”. Visto esto, todos llegaron a la
conclusión de que para el corso, nada parecía imposible ni irrealizable.
¿Pero qué dejó la fracasada campaña
que pasó a la historia? Sin duda alguna las bases para la egiptología, también
estudios sobre la viabilidad de construir un canal que uniera al Mediterráneo con el mar Rojo. Durante dos
años exploraron el vasto territorio haciendo exploraciones arqueológicas,
copiando textos dibujando edificios, haciendo estudios etnológicos, geológicos,
zoológicos y botánicos, recopilando toda la información en una obra llamada Descripción de Egipto, que constaba de
20 tomos y que se publicó entre 1809 y 1822, siendo la referencia máxima durante
décadas.
Pero tampoco olvidemos el
descubrimiento de la Piedra Roseta (en la imagen). Encontrada de casualidad el 19 de
julio de 1799 por un soldado mientras cavaba una trinchera alrededor de la
fortaleza medieval Rachid, o Rosetta, para prevenir un eventual desembarco
británico, era una piuedra de 114 x 72 centímetros con inscripciones en tres bloques de distintos
signos: jeroglífico, demótico y griego. El oficial Bouchard ordenó sacar copias
de las inscripciones. La piedra contenía una sentencia del rey Ptolomeo que se
fechó en 196 A.ec. Al rendirse los franceses en 1801, los británicos se
quedaron con la piedra, mandándola a Londres, donde hasta la fecha se conserva
en el Museo Britanico. Años más tarde, Jean-Francois Champollion estudió las
copias y basándose en el texto griego buscó los equivalentes en los
jeroglíficos y estableció el código con el que se puede leerlos y descifrarlos.
Pese a que Napoleón perdió a sus
mejores hombres durante la campaña, eso no le impidió ganar una enorme
popularidad que supo canalizar a la perfección al tomar el control de Francia y
llegar a ser también el amo de Europa.
Pero también descubrió a un excelente
propagandista que supo vender una desastrosa derrota como una enorme victoria
sin que eso lo supusiera perder su papel de genio en la historia.
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