“Todos para uno y uno para todos”, esta frase es, sin duda, una de las más famosas de la literatura universal y es de todos conocido el libro que la inmortalizó: Los Tres Mosqueteros, obra de Alejandro Dumas. La historia de Athos, Portos y Aramis ha cautivado a millones de personas por todo el mundo, así como también la vida del llamado “cuarto mosquetero”, un tal Charlez de Batz-Castelmore, mejor conocido solo por D’ Artagnan. Su historia no deja de ser fascinante, pero para entender a éste personaje es necesario conocer la compañía que lo hizo famoso: los mosqueteros.
Del arcabuz al
mosquete
Surgido a mediados del siglo XVI el mosquete presentó un avance
sustancial en las armas de la época. Pese a ser más largo y difícil de manejar
que el arcabuz, tenía la ventaja de doblar el alcance del tiro de 50 a 100 metros
frente a los 25 del arcabuz. Usaba una munición más gruesa haciéndolo más letal
y certero; se cargaba por la boca y su mecanismo de disparo terminó siendo la
chispa de pedernal porque aceleraba la cadencia de tiro pese a seguir siendo
lenta. Al emplearse era necesaria una larga horquilla que permitía una mejor
precisión. Pesaba lo mismo que el arcabuz pero era sumamente incómodo de transportar, lo cual permitía que solo los
soldados altos y fuertes pudieran usarlo. Uno de los beneficios era que tenía
un cañón estriado que lo hacía más certero. Un mosquetero bien entrenado podía
disparar a una cadencia de tiro de tres disparos por minuto.
Fue usado por primera vez en las
guerras de Flandes por el Duque de Alba, extendiéndose por toda Europa hasta
ser necesaria una compañía de mosqueteros en cada ejército que permitiera una
continua barrera de fuego; a finales del siglo XVII casi todos los soldados
eran mosqueteros. En 1622 el rey Luis XIII de Francia decidió que los
mosqueteros fueran su guardia personal, esto debido a que su padre había
sufrido una docena de atentados antes de morir a manos de Jean-Francois
Ravaillagen en 1610.
Por ser la guardia personal del
rey su entrenamiento era sumamente exhaustivo: todos pertenecían a la
caballería y eran de la nobleza. Además del mosquete usaban una espada (arma
con la que serían conocidos) y una
pistola, reservando el mosquete para las batallas por su enorme dificultad al transportarlo.
Cada compañía constaba de 250 hombres que inicialmente solo tenían como
distintivo un capote. A partir de 1665 se estableció con un uniforme que
constaba de capa y capote escarlatas que tenían atadas cintas de color oro; la
chaqueta azul tenía una cruz bordad con una flor de lis plateada y su sombrero
tenía un ornamento con cuerda de oro y pluma blanca, comúnmente sus caballos
eran negros.
Al servicio del Rey Sol
La especialidad de la compañía era
el combate cuerpo a cuerpo y las escaramuzas. Por lo difícil de maniobrar el
mosquete era necesario bajarse del caballo para usar el arma, cebarla, cargarla
y esperar estar a la distancia de tiro,
aunque al final todo se resolvía en el combate cuerpo a cuerpo. El poderoso
cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, también creó una guardia
personal que provocó enfrentamientos entre ambas escoltas de forma frecuente, convirtiéndose
en un problema para el Estado francés, tanto que entre 1588 y 1608 habían
muerto en las calles de París ochocientos en duelos protagonizados no solo por
mosqueteros sino casi por cualquier persona; la capital francesa era un campo
de batalla. Pese
a los constantes duelos y bravuconadas de ambas guardias el nivel de calidad de
las escuelas militares nunca bajó.
Fue en esta compañía y en un ambiente de guerras, espionaje, conspiraciones y rivalidades las que inmortalizó Alejandro Dumas.
Alejandro Dumas siempre sostuvo que todo fue
fruto de su imaginación, creando con el tiempo que sus lectores creyeran que
todos los personajes nunca existieron, reduciéndoles su importancia. Sin embargo,
Dumas basó sus libros en una que halló en la Biblioteca Nacional llamado “Memorias
del señor D’Artagnan”, escritas por Giaten de Courtilz de Sandras en 1700. De
Sandras fue miembro de los mosqueteros y conoció personalmente a D’Artagnan. El
relato tuvo éxito relativo, aunque Voltaire no tardó en tildarlo de irreal y
fantasioso, fue la mano de Dumas y de su asistente literario Auguste Maquete
los que aprovecharon el texto para idealizar al conocido personaje. Sin embargo,
el D’Artagnan de Dumas no fue tan cercano a la realidad.
El verdadero D’Artagnan
Fue en esta compañía y en un ambiente de guerras, espionaje, conspiraciones y rivalidades las que inmortalizó Alejandro Dumas.
La imaginación de Dumas
Alejandro Dumas publicó “Los tres
mosqueteros” en 1844 y fue la primera de una trilogía, siguieron “Veinte años
después” y “El vizconde de Bragelonne” en 1848-1850. En los libros el
mosquetero D’Artagnan es quince años más joven, participa en acciones militares
en las que nunca estuvo; tampoco hubo rivalidad alguna entre Richelieu y Luis
XII, ni Ana de Austria tuvo una relación con el duque de Buckingham. Milady de
Winter ni su hija Mordaunt fuero reales, ni la misión de D’Artagnan a Londres para
recuperar los herrajes de diamantes regalados de forma imprudente por Luis XIII a Ana de Austria. Dumas ubica en
el mismo periodo de aventuras a Athos, Porthos y Aramis con D’Artagnan cuando
la realidad no fue así. Athos murió a
los 28 años por unas heridas que recibió durante una refriega en las calles
parisinas; irónicamente Dumas lo presenta como un espadachín invencible. Portos
se retiró a la vida civil en 1643, año en que Athos murió. Porthos falleció a la
muy avanzada edad de 95 años y Aramis sirvió al rey por quince años, muriendo
en 1654. Cuando la vida de los tres primeros se difuminan los hechos de D’Artagnan
comienzan.
El verdadero D’Artagnan
Charles de Batz-castelmore nació
en Gascuña entre 1611 y 1615. Criado en un entorno rural, Charles estaba
ansioso por aventuras y deseoso por prosperar en el ejército, posiblemente siguiendo
el ejemplo de su hermano Paul; por ello dejó a su familia y con vagas cartas de
recomendación partió a París, llegando en la primavera de 1640 donde de
inmediato se puso en contacto con los mosqueteros y dada su condición de noble
se le permitió ingresar primero a la Guardia Francesa, allí, se vio involucrado
en una reyerta con los hombres del cardenal Richelieu. En la Guardia Francesa
conoció a Armand de Sillegue D’ Athos, Isaac de Portua (Portos) y Henri D’Aramitz
(Aramis) quienes estaban al mando del capitán Jean-Armand du Peyrer, conde de
Tréville. Todos ellos procedían del sur de Francia y de alguna forma eso
estrechó sus lazos. Sin embargo, la vida de los mosqueteros no corre paralela a
D’Artagnan, aunque seguramente combatieron juntos en algunas de las batallas que tan a menudo tenía
Francia en ese tiempo.
D’ Artagnan formó parte de la
compañía de las guardias francesas como cadete y participó en los asedios de
Arras y Bépaune entre 1641-41. También peleó en la guerra de Rosellón en 1642;
enviado en 1644 al asedio de Gravelinas, ese año por fin ingresó a los
mosqueteros. Casi sin saber leery escribir, D’Artagnan había demostrado gran
valor y el tiempo que pasaba en París ampliaba su círculo de influencias. En 1646
los mosqueteros fueron disueltos por la reina regente Ana de Austria, que
gobernaba en nombre del joven Luis XIV, pero no todos sus miembros dejaron de
servir a la Corona ya que a instancias del poderoso cardenal Mazarino, ministro
de la reina, se reclutaron algunos hombres que podrían realizar misiones
especiales para el reino, siendo uno de ellos D’Artagnan, a quien asignó a su
servicio para diversas misiones secretas. Esto supuso un enorme beneficio para
el gascón ya que tres años después se integraría de nuevo a las Guardias
Francesas como lugarteniente y cinco años más tarde sería nombrado capitán de
las guardias.
Una de las misiones que le
encargó Mazarino fue un viaje a Inglaterra para sondear la posibilidad de que
Ricardo, hijo de Oliver Cromwell, se casara con Hortense Mancini, sobrina de
Mazarino; la caída de Cromwell quebró los sueños irrealizables del cardenal. Para
1657 D’ Artagnan regresó a los mosqueteros, ya que los habían reinstalado, con
el puesto subteniente de la Primera Compañía, tomando el título de D’Artagnan. Aprovechando
la inconstancia y actitud caprichosa de Philippe Macini (sobrino de Mazarino)
escaló hasta llegar a tener el control total de los mosqueteros, sumándole el
que seguía creando un círculo propio de allegados.
Luis XIV fue coronado rey el 7 de
junio de 1654 a la edad de quince años y ha sido definido como un rey megalómano,
la opulencia de su corte es bastante conocida y la frase “el Estado soy yo” es
la expresión suprema y más clara del absolutismo. Por eso cuando Mazarino murió
el 9 de marzo de 1661 Luis XIV decidió que no tendría otro primer ministro, arrogándose
él ese puesto. El rey estaba consciente de que no podía eliminar todo vestigio
del cardenal así que mantuvo a muchos de sus colaboradores en su entorno
cercano, uno de ellos fue Nicolás Fouquet. Intendente de la Generalidad de
París, Procurador General del Parlamento, Superintendente de Hacienda y
ministro de Estado, Fouquet era uno de los hombres más poderosos de su tiempo,
ya que no solo tenía esos puestos sino que también la confianza de los
banqueros que financiaban gran parte de las necesidades financieras de Luis
XIV. Fouquet tenía una fortuna tan grande que muchos historiadores actuales afirman
que fue la más grande amasada por un particular durante el Antiguo Régimen,
además de que diseñó una red de relaciones de fidelidad extensa.
Luis XIV detuvo en septiembre de
1661 a Fouquet en una operación encargada a D’Artagnan y que era sumamente
complicada, cosa que solo pudo efectuarse por la eficiencia y el compromiso de
fidelidad de D’Artagnan al rey. Cuando Fouquet estuvo preso, fue D’Artagnan su
carcelero. La prisión del poderoso ministro permitió el ascenso de
Jean-Baptiste Colbert, antiguo Intendente de Mazarino, permitiéndole a D’Artagnan
hacerse cargo de los mosqueteros en 1667.
Ese mismo año, Luis XIV, cansado
de que España no le pagara la dote por su esposa María Teresa, se enfrascó en
una guerra con ese país por los Países Bajos, territorio que el rey francés
consideraba compensaba la dote. D’Artagnan tuvo una destacada participación
durante el conflicto ya que participó en los asedios de Tournai, Douai y Lille,
y fue miembro permanente de la escolta de la familia real. Su lealtada se vio
recompensada con el cargo de brigadier de caballería y con gobernar Lillie. El cargo
era demasiado para él, así que mejor tomó una nueva misión dada por el rey. En 1671
le encargaron arrestar a Antonin Nompar, quien se había atrevido a entrar al
harem del monarca francés, suceso que provocó la ira del rey y la posterior reclusión
por diez años de Nompar en Pignerol, escoltándolo D’Artagnan. Durante ese
periodo el mosquetero se involucró en las bambalinas de la disoluta corte del
rey.
Cuando Francia le declaró la
guerra a Holanda en 1672, fue ascendido a mariscal de campo. Esa guerra fue
sumamente sangrienta, en especial el famoso sitio de Mastricht, y más
concretamente el asalto a la fortaleza de San Juan, efectuada alrededor del 25
de junio de 1673 y donde 53 mosqueteros resultaron heridos y 37 murieron. Sin embargo
el cadáver de D’Artagnan nunca fue hallado. Este episodio ha suscitado un
sinfín de especulaciones sobre qué pasó con el mosquetero. ¿A dónde se fue?
¿El hombre de la máscara de hierro?
Alejandro Dumas en el último
libro de su trilogía incluyó a un personaje que ha pasado a la posteridad: el
hombre de la máscara de hierro. Éste prisionero efectivamente existió, tenía su
rostro oculto bajo una máscara, nadie se podía comunicar con él porque siempre
tenía un guardia que lo impedía; además solo podía salir por las noches.
Voltaire, que también estuvo preso en la Bastilla, confirma al personaje y
además aporta algunos datos como que era joven, de buena familia y recibía un
trato correcto; lo vestían y alimentaban bien, pero solo tenía contacto con su
carcelero sordomudo y el alguacil de la prisión. Algunos datan su muerte en
1703 y otros en 1711, eso sí, coincidiendo que murió en la Bastilla y fue
enterrado secretamente.
La imaginación popular apuntó a espías,
políticos caídos en desgracia, delincuentes, miembros de la nobleza o algún
otro siervo de la corte que tuviera conocimientos de importantes secretos de
Estado y, en vez de matarlo, probablemente por sus servicios a la corona, se le
permitió vivir detrás de la máscara. Dumas talentosamente lo introdujo en su novela y
planteó la posibilidad de que el reo haya sido un hermano gemelo del rey o un
hijo ilegitimo de la madre de Luis XIV, que para evitarse problemas sucesorios
lo recluyeran en la famosa cárcel. A finales del siglo XIX criptógrafos del ejército
francés concluyeron que el preso era el general Vivien de Bulonde, que fue
condenado por el monarca a cadena perpetua por una acusación de cobardía en el
campo de batalla.
Sin embargo, en el 2005 el
historiador y periodista británico Roger Macdonald publicó su ensayo “La
máscara de hierro. La verdadera historia de D’Artagnan y los tres mosqueteros”,
donde sostiene que los tres mosqueteros participaron en muchos de los combates
que narra Dumas. Y afirma, temerariamente, que D’Artagnan no murió en el sitio
de Maastricht sino que re resultó tan herido que le dieron por muerto, aunque
en realidad quedó prácticamente mudo. El rey y los altos mandos se alegraron
con la noticia de su muerte, aunque esta alegría se vio nublada cuando se
enteraron que el mosquetero no murió; esto debido a que al prestar tantos
servicios a la corona tuvo acceso a una enorme cantidad de secretos, tales como
la presunta homosexualidad de Luis XIII y la condición de hijo bastardo de Luis
XIV, detalles de todo tipo escándalos sexuales y de hijos bastardos. De allí que
era importante para estabilidad del reino mantenerlo encerrado y de esta forma
cobrarle cuentas pendientes con quienes se había enemistado. Así D’Artagnan
pasaría el resto de su vida en la temible prisión, donde también sería
enterrado.
Aunque posible, la hipótesis pierde
fuerza porque Macdonald no aporta ninguna prueba concluyente. Más bien se
limita a sostener que el escrito de Sandras es real y que, aprovechando haber
estado en prisión al mismo tiempo, le dio oportunidad de escribir la historia
del hoy famoso mosquetero. Sin embargo algunos consideran que mucho de lo
escrito por Sandras no fue en realidad de D’Artagnan, si no de vivencias del
autor de la biografía. Otros, apoyados por rigurosos estudios de Jean-Christian
Petitfils, concluyen que el prisionero sí existió, aunque no se haya podido
determinar quién fue, y lo más probable es que nunca lo sepamos, haciendo
sumamente fascinante esta historia.
El fin de una era
Los mosqueteros fueron disueltos
en 1776 por Luis XVI debido a que las finanzas no estaban del todo sanas en
Francia, ya que se necesitaban recursos para apoyar la guerra de las Trece
Colonias americanas contra Inglaterra. El ministro de finanzas Necker inició un
programa de austeridad que afectó a la corte al eliminar a miles de servidores
que tenían una función mínima, cómo por ejemplo los cuatrocientos catadores que
tenía el monarca. Este ajuste afectó a los mosqueteros ya que sus mil
quinientos hombres distribuidos en doce cuerpos resultaban excesivos para las
funciones de vigilancia que desempeñaban. También resultaron afectados los
granaderos, guardias suizos, gendarmes y gentilhombres, compañías que gran
parte del tiempo estaban ociosas, resultando solo decorativas y donde los uniformes resultaban más
importantes que la capacidad y el entrenamiento militar. El ejército francés
atravesaba una enorme crisis cómo lo demostraron las derrotas antes los
prusianos, alemanes e ingleses. Por ello se apostó por mejorar tecnológicamente,
el desarrollo de la cartografía, el avituallamiento, la logística y los
movimientos de tropas, más que en la valentía y los uniformes vistosos. Los nuevos
tiempos necesitaban oficiales más preparados en matemáticas y técnicas
militares, cosa que no se enseñaba en Francia.
Para 1814 la compañía de los
mosqueteros resurgió más por el romanticismo de restaurar a uno de los símbolos
del Antiguo Régimen que por su eficiencia, desapareciéndolos definitivamente en
1816 por orden de Luis XVIII.
D’Artagnan representó el
arquetipo del súbdito del Antiguo Régimen, aquel donde la corte y la
providencia solo exaltaban la superioridad del monarca y el buen súbdito era
quién obedecía a su señor. Algo muy distinto a la exaltación de amistad que
Dumas resaltó.
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